Había una vez una servilleta. En ella, cuenta la leyenda que popularizó Domingo Cavallo, había nombres escritos, nombres de jueces: jueces federales que, de acuerdo con la misma historia, respondían al entonces ministro del Interior Carlos Corach. A partir de esta historia que pasará a la “Historia”, la imagen de los magistrados del fuero político nunca volvió a ser la misma, aún cuando las generalizaciones sean injustas.Por Lino J. Morales
(Cuarto Intermedio – 30 de septiembre de 2011)- Lo curioso es que ese papel descartable condenado a la perpetuidad, que Corach habría blandido ante su colega de Economía como señal de poder, y de presunta impunidad, produjo un impensado efecto bienhechor, ¿también injustamente generalizador?, sobre otras figuras clave de los tribunales de Comodoro Py: los fiscales federales.Porque si los jueces pueden -y esto es ser malpensados, así que disculpen los lectores y, sobre todo, los aludidos- “cajonear” expedientes aptos para provocar dolores de cabeza en funcionarios y ex de los gobiernos de turno; los fiscales podrían -en la misma línea de razonamiento injusto y poco realista- investigar en el sentido contrario al que deberían, o embarrar la cancha… Pero eso no corresponde con lo que sucede en la Argentina, verdad.Y menos aún con uno de sus principales exponentes: el fiscal federal Germán Moldes, quien lleva una larguísima década y media en los tribunales de Retiro. A partir de este momento, nuestro homenajeadoHablamos de un hombre tan poco afecto a los oropeles y a la fastuosidad anti-republicana que no sólo cultiva un bajo perfil, sino que -con una modestia digna de imitación- ha hecho desaparecer de las bibliotecas sus propias obras sobre temas jurídicos. ¿O es que no han sido publicadas? ¿O siquiera escritas?Si se busca al autor “Germán Moldes”, y esto parece extraño, puede llegar a encontrarse un incunable texto, que data de 1993 y no parece corresponderse con el mundo del Derecho en el cual se ha desenvuelto (y en papeles de mucha relevancia el señor Moldes): “Población: conflictos y armonías”, reza la portada.Ahora, ¿qué relación tenía el entonces abogado Moldes con este tema? Pues, se desempeñaba como secretario de la aparentemente intrascendente dependencia de Población del Ministerio del Interior de la Nación. Pero, por favor, no vayan a pensar que tuvo relación con el ministro de la servilleta. O con algún polémico antecesor.Un fruto del mismo ManzanoEn ese entonces, 1991, el responsable de la cartera política era un personaje que pasó a la posteridad por su ética y honorabilidad: José Luis Manzano. ¿Cómo, que no es así? ¿Hay alguien que pueda refutarlo?Al parecer, Germán Moldes no estaba al tanto de las habladurías. De lo contrario, no habría sido hombre de confianza de Manzano o hubiera trabajado bajo sus órdenes en la Cámara de Diputados, cuando el entonces prometedor José Luis (alias “Chupete”) era presidente de la bancada PJ. Tampoco habría compartido 20 años de militancia, tal cual reivindicó Manzano, cuando le tomó juramento en agosto de 1991 como subsecretario de Coordinación del Ministerio de Interior.Y no habría que dar por cierta la historia -mencionada por los periodistas Daniel Capalbo y Gabriel Pandolfo, en la biografía no autorizada de JLM, “Todo tiene precio”-, de que Moldes llegó al peronismo vía el movimiento nacionalista revolucionario Tacuara, una organización de derecha recalcitrante que luego -paradojas de la vida- terminó siendo fuente de unidades de Montoneros y de otras expresiones violentas menores del peronismo setentista.En la misma obra de Pandolfo y Capalbo se recuerda el paso de Moldes por Guardia de Hierro y el Frente Estudiantil Nacional (FEN), ala de la derecha peronista. En sus orígenes, en los 60´, los guardianes, de acuerdo con el estudio del peronólogo Alejandro Tarruella, tomaron la denominación del grupo homónimo rumano que, entre 1927 y 1938 lideró el rumano Zelea Corneliu Codreanu, uno de los precursores del nazismo en el Viejo Mundo. Moldes no estuvo en Rumania, pero sí se formó en las huestes de Alejandro “Gallego” Alvarez. Hay que reconocer que Guardia de Hierro fue una verdadera factoría de cuadros.En la tapa de los diarios (y con proyección internacional)El poco interés que tiene Germán Moldes en aparecer en la prensa -de hecho, conseguir información sobre sus antecedentes, excepto la actuación judicial de relevancia, resulta muy difícil-, contrasta con el estilo de vida que puede alcanzar un funcionario público (al margen de los casi veinte años de servicios): vive sobre las intersecciones de las avenidas Alvear y Callao, una de las zonas más exclusivas de la Recoleta, y como fiel residente de ese lugar, sus gustos no podían desentonar con las exigencias del caso, puesto que frecuenta la boutique de “La Bourgogne” perteneciente al Alvear Palace Hotel. Pero a no ser críticos con el fino paladar del fiscal: quizás entre las delicias que ofrece la cocina francesa y los veraneos en Punta del Este, encuentre la “musa inspiradora” para explotar su veta como escritor que pese a no ocultarla (todo lo contrario), permanece ignota frente a la comunidad literaria.Además (no queremos abusar con los datos de “color”, pero la persona del perfil lo obliga), Moldes no ahorra centavo alguno al momento de realizar sus viajes: hace unos pocos días, se lo vio disfrutando plácidamente de las comodidades de las instalaciones VIP del aeropuerto internacional de Ezeiza para abordar un vuelo de la compañía Iberia con destino a la madre patria. Dada la fecha y el lugar del embarco, el fiscal seguramente se aprestaba a viajar en primera clase para pasar el día de la primavera en Europa (aunque en aquel continente, claro, la estación sea la opuesta). No obstante, esa “excusa” seguramente lo eximió de ausentarse todos estos días a sus funciones en la Cámara, salvo por aquellos “almuerzos de trabajo” en los distinguidos restaurantes de La Recova ubicados sobre la calle Posadas (para no perder la costumbre de La Bourgogne), donde en ciertas oportunidades se lo suele ver en compañía del inefable operador del fuero judicial, José Domingo “Pepe” Allevato.Para más adelante, desde este espacio haremos hincapié (algunas, a modo de ejemplo, puesto que son varias) sobre aquellas causas que transitaron por sus manos y que luego terminó convirtiéndolas en “fallos ejemplares”, según su óptica, “peso” e investidura, claro está. Aunque retomando su carrera profesional, la posible fuente de su bajo perfil de los años recientes, tendría origen en el material que abunda en archivos sobre su figura: esas carpetas, de acceso público y libre en cualquier hemeroteca, revelan la súbita fama, con proyección mundial, que obtuvo en forma involuntaria durante 1992, en el Ministerio del Interior.Fue cuando apareció en escena una súper-estrella internacional, y no estamos hablando de cine, sino del mundo del tráfico ilegal de sustancias non sanctas y armas y hasta de terrorismo internacional, Monzer Al Kassar.Radicado en circunstancias poco claras en esta tierra en 1990, no tardó en estallar un escándalo a varias bandas -desde España a Estados Unidos y Europa, pasando por Medio Oriente y, por supuesto, nuestro país, con epicentro en el gobierno de la época-, cuando se confirmó que, en tiempo récord y mientras lo buscaban por varios ilícitos organismos policiales y judiciales en todo el planeta, Al Kassar había conseguido, en abril del 92´, un pasaporte made in Argentina.Pero, ¿qué podían achacarle a Moldes, apenas un funcionario de segundo nivel de la administración de Carlos Menem? ¿Que, como secretario de Población, era jefe directo del responsable del director Nacional de Migraciones, Gustavo Druetta?El problema comenzó a afectar a Moldes una vez que este subalterno amenazó con hablar: cuentan las crónicas de la época (19 de mayo de 1992) que Druetta, al tanto de que su cabeza estaba a punto de rodar, fue a denunciar ante el propio Presidente que existía una “industria de la radicación”.En palabras menos elegantes que las que trascendieron en los diarios de mayor circulación: según el ex funcionario funcionaba en Migraciones una aparente mafia que otorgaría radicaciones a inmigrantes de origen asiático a cambio de costos que oscilaban de 3.000 a 5.000 dólares, y que el jefe de esa supuesta ONG ilegal sería, -esto no podemos corroborarlo, y mucho menos reproducirlo-, German Moldes. Muy ofendido por tamaña afrenta, Moldes respondió con una querella que hubiéramos suscripto con gusto. De acuerdo con el diario La Nación, las diferencias llevaron a que ambos, Druetta y Moldes, estuvieran a punto de tomarse a golpes de puño en la Casa Rosada, después de que el primero acusara al segundo de la “venta de pasaportes y DNI”, que iban desde esos cientos de anónimos orientales al famosísimo MAK.Mientras proliferaban en la prensa extranjera noticias con las andanzas presentes y pasadas de Monzer Al Kassar, y Ramón Puentes, otro personaje de dudosa moral, era juzgado por presunto lavado de dinero, con otro documento de identidad argentino en sus manos. El Cronista, diario que entonces gerenciaba Eduardo Eurnekián, pedía, directamente, la renuncia de Manzano, sin reparar en Moldes. El 27 de mayo también el diario de los Mitre-Saguier conjeturaba -no sin fundamento (no hablamos de responsabilidad sino de los dichos injuriantes de Druetta cuya testa, al final, fue la única que cayó en la canasta al pie de la guillotina de esos días)- sobre la eyección del mismo Moldes de la cartera de Interior.Unos días más tarde, un compungido pero valeroso Germán Moldes declaraba al mismo matutino que el de Al Kassar y su pasaporte nacional era un “suceso entre muchos” de “un grupo de delincuentes internacionales que han elegido la Argentina como uno de sus múltiples centros de operaciones ilegales”.El 30 de mayo, por enésima vez, la prensa se ocupaba de Moldes y de su continuidad laboral en el Estado. En una reseña de La Nación, se apuntaba que León Carlos Arslanián, entonces ministro de Justicia, “negó que hubiera pedido la renuncia de Moldes”, en plena reunión de gabinete delante de Menem, claro.La pelota informativa pasó al plano internacional de nuevo en las primeras jornadas de junio del 92´: detuvieron en Madrid a Monzer Al Kassar, bajo las acusaciones de tráfico de armas y vínculos con el terrorismo, entre otros cargos. Moldes, -se estaba haciendo justicia-, salía del foco noticioso y del escándalo.A 8 años de aquellos acontecimientos, volvió a hablarse del tema, aunque sólo en un libro de escasa circulación pero de sugerente título: “La delgada línea blanca: narcoterrorismo en Chile y Argentina”, escrito por los periodistas Juan Gasparini y Rodrigo de Castro, y publicado en 2000.Allí se narra la presunta desaparición de la carpeta con informes sobre Al Kassar, ocurrida en los órganos de seguridad argentinos, circunstancia en la cual involucra, entre otros funcionarios, al propio Moldes. Marche otra querella, por favor, para defender el buen nombre del ex secretario y ahora fiscal de la Nación.Más paradojas (en boca de malpensados)Otros colegas, Jorge Lanata y Joe Goldman, retomaron la pista Druetta en “Cortinas de Humo, una investigación independiente sobre los atentados contra la embajada de Israel y la AMIA” y realizaron el siguiente análisis:“La propia Dirección de Migraciones confirmó recientemente, ante el pedido de un particular, la inexistencia de base de datos alguna desde 1989, fecha en que el sistema integrado se desmontó. El sugestivo elemento de juicio referido a ese tema que el entonces ministro Manzano y el secretario de Población Germán Moldes obviaron no era, sin embargo, un dato menor: Monzer Al Kassar se encontraba en Buenos Aires. Tiempo después, serán precisamente Manzano y Moldes -quien luego se convertiría en fiscal especial para “investigar” el atentado contra la AMIA, por sugerencia de Hugo Anzorreguy- los encargados de que Al Kassar, ciudadano argentino, saliera subrepticiamente del país, como denunció ante la justicia el ex Director de Migraciones, Gustavo Druetta”.¿Cómo se les ocurre sugerir que el paso de Moldes del Poder Ejecutivo al Judicial puede dar lugar a estos malos entendidos? ¿No enumeramos al comienzo del artículo los sobrados méritos de Moldes para ocupar un puesto clave en Tribunales, y no precisamente porque esté casado con la defensora oficial en el fuero civil y comercial, Indiana Pena Zagasta?En ceremonia secreta -nunca le gustó la figuración, ya se dijo-, Moldes juró como fiscal federal el 23 de mayo de 1995. En veloz cursus honorum, desde 1992, cuando emigró de la secretaría de Población, había efectuado escalas como titular del ministerio público ante un tribunal oral en lo penal económico y luego ante la Cámara del Crimen.A pesar de que la tradición indica que a la asunción del fiscal ante la Cámara Federal asisten jueces y muchas personalidades, el procurador de la época, Angel Agüero Iturbe, le tomó el sí frente a unos íntimos. ¿No querían testigos?Puede que movidos por algunos injustos pasajes que evocamos en esta reseña, los miembros de la Asociación de Abogados de Buenos Aires (AABA) calificaron de “grave” el desembarco de Germán Moldes en la fiscalía federal. ¿Por qué lo habrán dicho?Hoy, en plena era “K”, puede decirse, que Moldes, desde su despacho en Comodoro Py, es un adalid de la lucha por los derechos humanos -tuvo activa participación en el juicio y castigo a represores de la década del 70´-, y un ariete inclaudicable contra la corrupción: promovió procesamientos por las supuestas coimas en el Senado por la ley laboral, entre otros casos resonantes. No le tocó investigar, eso sí, la supuesta “mafia de los DNI” que había denunciado Druetta. Estamos seguros de que, en ese caso, no le hubiera temblado el pulso para embestir contra la corrupción ajena.Monzer Al Kassar debe recordarlo con cariño: al final, los dos terminaron en Tribunales, tal cual cualquier argentino bien informado hubiera conjeturado en aquellos agitados días de 1992. Esta historia, y no es poco el mérito de Germán Moldes, tiene, por ahora, final feliz.