¿Será Justicia?

Hace poco tiempo, el diario La Nación apeló una sentencia de la Sala L de la Cámara Civil que lo obliga a publicar en su... Por Cuarto Intermedio

Hace poco tiempo, el diario La Nación apeló una sentencia de la Sala L de la Cámara Civil que lo obliga a publicar en su portada el resultado de la causa en la cual la Justicia dictaminó que soy absolutamente inocente de un delito que nunca existió.

Aparentemente para esa centenaria institución del periodismo vernáculo, no debe ser justo publicar esta inocultable verdad en su portada como sí lo fue publicar de manera antojadiza una interminable serie de falaces imaginarios que por el periodo de dos larguísimo meses acribillaron a mansalva mi nombre y mi reputación, publicando fotos de quien escribe en la portada, así como también en páginas interiores; caricaturizándome y ridiculizándome por medio de la letra de no menos de cinco periodistas de su staff para hurgar en mi vida a la búsqueda del mas mínimo detalle que pudiera dar pábulo a esa fantasía que sus editores seguramente consideraron un caso histórico de “mani pulite criollo”, o vaya a saber qué otro caso emblemático de la historia.

La realidad es que nada se encontró por el simple hecho de que, justamente, nada de aquello existió. Por mi parte, yo sí me sentí fuertemente identificado con un caso emblemático de la historia, como lo fue el Caso “Dreyfus”, con la diferencia de que me faltó, tal vez, un Emile Zola que detuviera tamaña injusticia.

Conservo aun fresco el recuerdo de una audiencia conciliatoria en la cual el señor Saguier -a quien no conocía- se apersonó y presentó ante mí para darme su condolencia por la reciente perdida que yo había sufrido de mi padre. Me recuerdo a mi mismo con un nudo en la garganta que no me permitió decirle lo mucho que él, mi padre, había sufrido con lo que consideraba un feroz mancillamiento a su nombre y honorabilidad (en la figura de su único hijo, claro está) y que nunca pudo ver reparado en vida debido a los tiempos interminables de la justicia argentina que a veces la hacen parecer todo lo contrario (o sea, injusticia).

Mi gran interrogante es saber cuál es el espíritu que anida en el seno de la dirección de ese emblemático órgano periodístico criollo, aquel que lo llevó en una búsqueda errónea y a la sazón -por sus maneras por demás lejana de las buenas intenciones- a fusilarme mediáticamente. O, a ese acto socialmente civilizado y solidario que lo llevo al señor Saguier a presentarse en persona para brindarme sus condolencias.

Por lo que trasunta su comportamiento, la apelación a algo que en una ínfima parte repararía la tremenda injusticia de la cual probadamente fui victima, no parece adherir a la segunda parte de mi interrogante. Da la sensación que la soberbia aconseja los pasos de esa emblemática empresa periodística, cuando el camino más corto y más honesto a la realidad sería una humilde aceptación del error cometido.