En 2009 habrá una nueva cita electoral a la que habría que llegar con una reforma política en marcha que asegure otras reglas en el marco de una verdadera seguridad jurídica.
Los partidos políticos, paradójicamente, a pesar del rechazo y de la desconfianza que generan en nuestra opinión pública, cumplen un rol insustituible en la democracia. Lejos de expresar el interés faccioso de un grupo, el partido como intermediario entre la sociedad y el Estado actúa como un canal de las aspiraciones de la opinión pública. De este modo se erige en un medio insustituible como vehículo del consenso general existente en la base social. En el interior del partido se agrupan individuos que provienen de diferentes clases, grupos, profesiones, intereses; es en esa puja, en esa interacción enmarcada en una ideología común de donde surgirán soluciones concertadas en las que se resumen acuerdos fundamentales que de otro modo resultaría muy difícil conseguir. ¿De no existir los partidos, cómo llegarían al gobierno las metas de los protagonistas del universo de fuerzas que pueblan a las sociedades modernas? Seguramente de manera individual, desordenada, anárquica. Los partidos permiten que se concreten y canalicen pacíficamente: la pluralidad de opiniones y el disenso. Pero esas posiciones expresan desde distintas ópticas una cosmovisión que importa soluciones a los problemas globales de la sociedad y del Estado en aras a la satisfacción del interés general. Estas son las funciones fundamentales que llevan a cabo los partidos políticos en las democracias consolidadas asegurando así desde el gobierno o desde la oposición -en una relación que importa la alternancia en el ejercicio de dichos roles por parte de los principales protagonistas-, opciones válidas para el conjunto social. Este ha sido el papel que los partidos han jugado en todas las democracias consolidadas que nacen con la segunda posguerra. Ahora bien, más allá de todas estas características, la situación de los partidos políticos en la actualidad, y su vínculo con la democracia, han sufrido importantísimas modificaciones. La defección por parte de los partidos de muchas de las funciones antes mencionadas -en particular las de dimensión cívica-, frente al sobredimensionamiento del papel electoral, ha creado en vastos sectores de la sociedad una enorme frustración y hasta nos animamos a decir una creciente descreimiento sobre la misma razón de ser de estas agrupaciones que necesariamente se transmite sobre el sistema político en su conjunto.En nuestro país este cuadro ha tomado características francamente alarmantes a partir de la crisis de 2002/3. Esto es así, en tanto ha desaparecido el tradicional bipartidismo y en su reemplazo se ha ido manifestando de manera anárquica un panorama cambiante de agrupaciones, resultantes de la implosión que, de manera diferente, se ha manifestado en el interior de los dos partidos tradicionales. En efecto, ya en las elecciones presidenciales de 2003 se había producido un panorama curioso, en el que de alguna manera compitieron candidatos de fracciones internas del Justicialismo y de la Unión Cívica Radical. A partir de allí, el sector del Justicialismo que accedió a la presidencia ha construido una gran concentración de poder a expensas de las restantes expresiones e inclusive del mismo Justicialismo cuya reorganización se encuentra congelada. Además, el “kirchnerismo” se ha pronunciado a favor de un nuevo movimiento transversal, la concertación plural que suma dirigentes de diferentes orígenes. La UCR oficial, por su parte, no ha podido presentar un candidato radical a la presidencia y sus filas se dividieron entre diferentes vertientes, incluyendo una de las “patas” del oficialismo. La oposición se encuentra fraccionada y la Coalición Cívica, como segunda fuerza, tiene una composición no tradicional, cuyo futuro depende en gran medida de la capacidad de institucionalización que logre, frente a situaciones de crisis, dada la heterogeneidad y pluralidad de su diversidad interna. En efecto, como gran novedad aglutina a diferentes partidos, organizaciones sociales y personalidades destacadas. Ante este panorama resulta difícil y prematuro hacer un vaticinio. No dudamos en expresar que, sin un sistema de partidos mínimamente sólido, es imposible consolidar una democracia, no existen ejemplos en el mundo que contradigan esta afirmación. Por lo tanto, la suerte de nuestras instituciones, depende en gran medida de la capacidad de reconstrucción de este elemento fundamental del Estado de Derecho. Ello, impone la necesidad de una reforma política en serio que se centre en ciertos aspectos básicos como son los partidos y su financiamiento, el sistema electoral y el control del funcionamiento de estas cuestiones en su conjunto. Las últimas elecciones pusieron de manifiesto un gran número de irregularidades que son el producto de un sistema en crisis. El 2009 tendremos una nueva cita electoral a la que se debe llegar con otras reglas en el marco de una verdadera seguridad jurídica.De lo contrario, lejos de consolidar nuestra democracia se acentuará, cada vez más, un sistema republicano de “fachada”, desprovisto de los contenidos básicos para que podamos considerarlo una República en serio. Asistiremos a un panorama en el que habrá desaparecido la separación de los poderes, la competencia como elemento esencial de toda elección democrática y el control como función básica de la forma republicana de gobierno. Ojalá que el desdibujado sistema que han dejado las últimas elecciones se vaya fortaleciendo en aras de reconstruir nuestras tan debilitadas instituciones y así entrar en un verdadero camino de desarrollo.