Hace pocos días, el semanario económico–político The Economist citó a Matt Bai, periodista de The New York Times mientras relataba la forma de hacer política de Obama. Entre otras cosas, afirmaba que la administración de dicho presidente es la más Congreso-céntrica de la historia moderna de los Estados Unidos.
(Cuarto Intermedio – 16 de julio de 2009)- En el análisis, Thomas Mann, de la Brookings Institution, aportaba el siguiente dato: Barack Obama, en sus casi cinco meses de mandato, se entrevistó personalmente con más miembros del Congreso que George Bush en los 8 años de mandato que éste pasó en Washington.
Llama poderosamente la atención el contraste entre las dos realidades. Por un lado, encontramos a un presidente que resultó electo hace poco, que tiene mayorías en ambas Cámaras, que es el más popular de los últimos tiempos luego de los primeros 100 días de gobierno (aun sumido en la más terrible crisis económica y financiera desde la Gran Depresión), y que es nada menos que el líder más poderoso del mundo. Por otro, tenemos a nuestra presidenta, que en menos de dos años derrochó toda su popularidad, acrecentó los efectos de la crisis externa, no sólo no cumplió con mejorar la calidad institucional (su principal promesa de campaña), sino que la vitupera constantemente, y finalmente y para cerrar el racconto, perdió por paliza en las recientes elecciones legislativas.
Por un lado, quien podría sentirse todopoderoso ejercita el poder de una forma conciliadora, inclusiva y consensual. Por el otro, escuchamos que se perdió la elección por “sólo dos puntitos”; no se felicita personalmente a los adversarios (¿enemigos?) y se convoca al diálogo que, por la forma en que está planteado, es francamente un diálogo de sordos que menosprecia a la democracia y descree del camino de la negociación para llegar a un acuerdo.
¿Por qué no recordar también que nuestra presidenta sostenía que las primeras medidas de Barack Obama le recordaban las que implementó Néstor Kirchner de 2003? Interesante pasa a ser, entonces, recordar una frase que solía decir el general Perón: “mejor que decir es hacer; mejor que prometer, es realizar”.
¿Será que el oficialismo es exageradamente optimista, y cree en el “a mi no me ha derrotado nadie” de Joaquín V. González? ¿O acaso el problema es que la actitud confrontativa e ideologizada está dentro de la naturaleza del matrimonio gobernante?
De una u otra forma, trabajemos para que el recambio legislativo traiga un poco más de iniciativa, y para que este diálogo incipiente pueda tomar a la administración de Obama como ejemplo, y así transformarnos, aunque sea de a poco y paso a paso, en una auténtica República.