El mensaje esgrimido por algunos dirigentes, suena como una suerte de “hechizo” para los oídos de los sufragantes o como el famoso “cuento de la buena pipa”. La locuacidad y cintura de ellos, plasmada en tres claros ejemplos que dan cuenta de ello…
(Cuarto Intermedio – 13 de agosto de 2009) – Pasó poco más de un mes para que hicieran “borrón y cuenta nueva”. Cuando todo parecía indicar que luego del 28 de junio la premisa pasaría por bajar el perfil y, porqué no, gestionar desde los espacios para los que fueron elegidos, la actitud volvió a ser otra vez la misma de siempre: buscar la manera de reinventar sus imágenes a costa de denuncias, banalidades, márketing, discursos plagados de lugares comunes y glorietas en el habla de las que ni ellos mismos encuentran salidas.
“Es el pueblo, estúpido”, podría haber sido la máxima que algún asesor de prensa o publicista, le habría hecho llegar al oído de personajes como el diputado porteño Aníbal Ibarra, la ex ministra de Salud Graciela Ocaña, o incluso al gobernador bonaerense Daniel Scioli. ¿Cómo es eso? Simple. Solo puede explicarse que se sostengan con el paso del tiempo y de los gobiernos a fuerza de incansables jornadas de estudio (algo que no hay que desconocerles), donde aprenden a explotar al máximo, dos reglas básicas de la literatura para captar el voto ciudadano. Estas son, el uso del pretérito perfecto simple y del potencial. En el primer caso, siempre se hará referencia al pasado y en el segundo, lo que puede suceder o existir, en contraposición de lo que ya existe, según reza cualquier diccionario.
Así como consignáramos en la nota titulada 28J: malos conocidos y buenos por conocer publicada el pasado 30 de junio en este sitio, bien cabría calificar las acciones que por estos días vienen realizando los políticos nombrados anteriormente, parafraseando al ex Presidente de la Nación Néstor Kirchner: “volvió la vieja política de la mano de las últimas elecciones”. Es decir, volvió el cuento de la buena pipa al discurso de quienes deberían preocuparse en velar por los intereses de los ciudadanos en lugar de engañarlos.
Graciela Ocaña, quien cumplió con su forzado e inentendible ciclo al frente de un ministerio del que nunca pareció haberle entendido el “prospecto”, intenta reposicionarse frente a la ciudadanía de la misma manera con la que inició su carrera en la función pública: denunciando. Ya con ambos pies afuera de la cartera de Salud, creyó conveniente pararse nuevamente frente a los micrófonos para acusar a un enquistado aparato con el que estuvo, paradójicamente, trabajando durante más de un año. ¿Por qué no entonces, haberse remangado antes cuando se estaba adentro para arrancar el problema de raíz?
Aníbal Ibarra, por su parte, comenzó a transitar el camino inverso a su ex colega partidario Miguel Bonasso, puesto que dejó de lado la política para volcarse expresamente a la prensa. No obstante, no lo hace a través de artículos o columnas de opinión en los medios, sino mediante un constante bombardeo de gacetillas (o incluso llamando a conferencias), donde al igual que Graciela Ocaña, la temática pasa por denunciar y levantar el dedo acusador. Su caso, seguramente, justifique estas líneas dentro de unos años porque no será de extrañar que luego de haber sido destituido como jefe de Gobierno porteño y de haber sacado un magro porcentaje de votos en las últimas elecciones, su apellido pueda volver a “colarse” en futuros comicios. Ni lerdo ni perezoso, comenzó a trabajar ya en ello.
El caso del gobernador bonaerense, si bien no presenta tintes de tipo acusatorios, no deja de transitar por sendas paralelas en lo que a objetivos respecta. Enamorado del márketing, Scioli irradia a través de su aura, un optimismo que hace parecer que está solucionando el problema pluvial de millones de habitantes inaugurando una cloaca en el conurbano. Debajo de anuncios, anuncios y más anuncios, esconde su inseparable traje de amianto que lo protege (y protegió) de los sucesivos gobiernos que integró. Así y todo, ahora se ilusiona con ser Presidente en 2011 o en su defecto, buscar la reelección en la provincia que actualmente gobierna, sin importar que ello implique morder las manos de quines le dieron de comer. Su pacto es con la “gente” y no con sus mentores. O mejor dicho, su pacto es hacerle creer a la “gente” que existe ese compromiso para con ellos.
Desentramada una parte de cómo ciertos dirigentes apelan a todo tipo de artilugios para posicionarse en los cargos que ocupan, restaría preguntarse por qué el ciudadano sigue ratificando a un buen número de ellos cuando son llamados a votar. ¿Son muy buenos para persuadir o es muy pobre el compromiso cívico al tener que decidirse por alguno de ellos? Lejos de cuestionar la decisión individual de cada uno, ¿cuántas cucharadas de su propia medicina están dispuestos a tomar los habitantes para romper con el encanto de algunos políticos? En ese sentido, tropezar dos veces con la misma piedra, pasó a ser deporte nacional argentino.