Nuestro Moncloa empieza por el patriotismo

Abundan los reclamos de que tengamos 'políticas de Estado'. ¡Enhorabuena! Es saludable que crezca la conciencia en torno de un asunto vital para la madurez... Por Cuarto Intermedio

Abundan los reclamos de que tengamos 'políticas de Estado'. ¡Enhorabuena! Es saludable que crezca la conciencia en torno de un asunto vital para la madurez institucional del país y para su prosperidad.       Por Alberto AsseffPresidente de UNIR

(Cuarto Intermedio  – 18 de septiembre de 2009) – El zigzagueo, los inacabables vaivenes, no sólo nos enferman moral y materialmente. Nos subdesarrollan y ridiculizan, lo que es peor aún. De las oscilaciones se puede salir. Del ridículo no. De la miseria estructural también es harto difícil.

Todo indica que nos hallamos ante la enésima 'transición' de nuestra vida colectiva. La tuvimos en 1955, en 1962, en 1971, en 1982, en 2002. Casi podría decirse que la transición es la regla y la continuidad la excepción. Así de trastrocadas están y son nuestras cosas comunes.

Es un lugar común que todos los programas políticos son plausibles. Parecen estereotipados. Ninguno propone desmejorar la vida o despojar los bienes, salvo algún ideólogo mal dormido que se quedó en el tiempo. Por eso, no agota el asunto expresar que las políticas de Estado consistan en concordar sobre  salud,  educación, vivienda y energía. O respecto del rol de las corporaciones, para que exista sinergia y no confrontación con las instituciones de la Constitución. Aunque adicionemos la política internacional, un plan de desarrollo integral y estratégico, la reforma político-electoral, la desburocratización             -¿podemos admitir sin pestañear que emerjan mastodontes como la ONCCA ?-, la coparticipación de impuestos y la restauración del país federal, la rehabilitación de una red ferroviaria sustentable, seguirá faltándonos mucho para arribar al objetivo de la estabilidad y certeza en la orientación del Estado.

El primer gran tema es el cómo. En cuáles o en qué se necesitan es casi sencillo acordar. La cuestión surge, por caso, en si vamos a apostar de verdad a la excelencia educativa o proseguiremos 'zafando', esto es cumpliendo las formas, pero aceptando con fenomenal acidia el deterioro de nuestra escuela. No sólo la pública. O si mantendremos este caos costosísimo en materia de servicios de salud, caracterizado por centenas de obras sociales, hospitales públicos y privados, múltiples clínicas, pero a pesar de lo cual millones de argentinos deben penar para obtener un turno de consulta y ni hablar de una fecha para su intervención quirúrgica.

¡Claro que necesitamos, en rigor imploramos, por 'políticas de Estado'! Y las queremos en serio. Por eso se busca -o debe buscarse- sortear la generalización e internarse en lo operativo. Daremos prioridad absoluta a la educación, a la salud y a la vivienda  y todo lo enunciado y esto se plasmará de este modo. El qué y el cómo juntos. Claramente. Esta es el núcleo del pacto.

Por otro lado, no se agota el asunto con concertar sobre viviendas, por ejemplo. Debe acompañarse con agua corriente y cloacas. De lo contrario, se progresará a medias. La Argentina ya no puede seguir en la táctica menuda de emparchar. Requiere un cambio de ciclo cuya peculiaridad central es que se terminó la improvisación, el 'ir tirando', el patear para mañana -desde la colonia rige eso de "regrese mañana"-, que en buen romance significa tarde o nunca, siempre postergando las buenas decisiones. Para colmo, las resoluciones espurias son velozmente adoptadas. Entre gallos y medianoche nos desayunamos con ellas. Esas sí son expresas.

Es tiempo para hablar sin eufemismos. Las diez o doce 'políticas de Estado' terminarán en otra falacia si no parten de tres premisas insoslayables: mutación de la actitud de los dirigentes, entronización del patriotismo como sustento y vector y la honradez administrativa que implica el sepulcro para la impunidad, que es la matriz prolífica de la corrupción.

El cambio de actitud es esencial. Implica exterminar de la mente de los dirigentes esa perversidad de apetecer las funciones estatales para la satisfacción personal. Hay que trocar la prevalencia: se va  al Estado para servir y todo lo restante viene por añadidura.

El patriotismo es la base del pacto pues el único que garante y asegura que se va a cumplir. Si existe patriotismo todo saldrá bien, aun lo que inicialmente estuvo mal o deficientemente encarado. El patriotismo es como los padres, quienes hasta analfabetos siempre se inspiran por el amor. Y por eso obran benéficamente. A nosotros nos falta, a luces vistas. Es lo que debe volver al gran escenario. Con él tendremos más unión y menos querellas. Es inadmisible que a esta altura sigamos jugando a los dogmas como si recién comenzáramos. Ya son 200 años. Parecen suficientes para darle primacía a la armonía.

La honestidad ya no se presume. Nefandamente, la presunción es lo contrario. Por eso, el pacto de la Moncloa argentina exige una gran, inmensa, histórica 'política de Estado' llamada convenio de honradez o de moral. No interesa el nombre, sino la sustancia. Dirigentes que se autosatisfagan por administrar ejemplarmente y ser aplaudidos por sus compatriotas. Que puedan caminar por Florida o por todas las peatonales de nuestras ciudades, sea Mendoza, Córdoba, Comodoro, Bahía Blanca o Resistencia.

La corrupción es superlativamente relevante. Una ONG dedicada a investigar la criminalidad económica denunció recientemente que en 800 causas penales abiertas por corrupción están involucrados como mínimo 13 mil millones de dólares. Quiere decir que es muchísimo lo que podríamos recuperar y enorme el perjuicio que podríamos evitar si convenimos la honestidad como eje central de la gestión pública. Y si mejoramos la Justicia.

El convenio del tipo Moncloa asimismo debe sellar un compromiso medular: la Argentina respetará la ley y las reglas. Y no las modificará todos los días. Es condición para ser pujantes y para terminar con la pobreza.

En lo atinente al 40% pobre de nuestro país, además de políticas universales de emergencia, las propias estrategias de Estado acordadas significarán su erradicación de nuestra tierra. La política social integradora e inclusiva es cardinal. Abarca una estrategia demográfica para redistribuir la población, hoy desquiciantemente concentrada en la franja Rosario-La Plata.

En este marco se llegará a una asombrosa comprobación: la Argentina tiene recursos suficientes -aunque el maestro Paul Samuelson enseñaba que en economía siempre son escasos-. Lo que nos acaece es que esos recursos son despilfarrados, distribuidos prebendariamente o literalmente hurtados. Si los manejamos con prudencia, planes y honestamente nos alcanzarán para realizar los sueños de un país vivible y con futuro. Cabe advertir, finalmente, que es una superficialidad creer que el patriotismo es propio de los museos. El mundo principal prueba que sigue siendo tan actual como cotidiano.