En su último día en Perú, la Presidenta agradeció a la nación hermana el haber enviado pilotos, aviones y misiles “que combatieron junto a nuestros soldados en la Guerra de Malvinas”.
(Cuarto Intermedio – 24 de marzo de 2010)- Lo hizo al reiterar el pedido de perdón por el inadmisible bochorno de la venta de armas a Ecuador durante la contienda que enfrentó a las dos naciones andinas en la Cordillera del Cóndor.
Todo es historia ya. Aunque las cosas no fueron tan así como las contó la Presidenta, la intención bastó y el agradecimiento será eterno. En rigor de verdad quienes más cerca estuvieron en la zona de combate fueron pilotos venezolanos que actuaron -más para aprender que para pelear- en las mesas de operaciones instaladas en Comodoro Rivadavia.
Antes de seguir es necesario ponderar el viaje de la mandataria a Perú. La Argentina se hundió en los 90 en el peor barril de lodo por culpa de un grupo de despreciables funcionarios de alto nivel ávidos de hacer plata sea como sea, aún traicionando por la espalda a quienes en su momento brindaron toda la ayuda que les fue posible.
En la historia del contrabando de armas, primero a Croacia y luego a Ecuador hay procesados y algunos encarcelados. Pero no son todos. Hubo personas de muy alto nivel, especialmente dentro del Ejército, que en modo alguno podían haber ignorado lo que estaba ocurriendo. Fusiles, morteros, cañones, obuses y toneladas de municiones no se compran en una ferretería ni se desplazan en convoyes militares de una parte a otra del país hasta los puertos de embarque como si fueran ositos de peluche. Que por ahora hayan zafado como anguilas de las grillas carcelarias no los exime de tremendas responsabilidades por las que mas temprano que tarde tendrán que responder ante la justicia.
Perú ayudó y ayudó mucho a la Argentina en aquéllos terribles días de 1982. Lo hizo al desplegar sus fuerzas sobre la frontera con Chile para avanzar sobre territorio trasandino si, como se temía, las tropas de Augusto Pinochet daban un golpe de mano para ingresar al territorio nacional.
Ya se tenía certeza absoluta que Chile se había puesto del lado de Gran Bretaña que de un plumazo envió al tacho de basura las múltiples acusaciones de Londres contra las violaciones a los derechos humanos por parte del régimen pinochetista. Haciendo borrón y cuenta nueva, Chile pasó a ser un socio privilegiado del Reino Unido. Se utilizó la isla de Pascua como base de operaciones británica para el caso de tener que bombardear desde el Pacífico las bases patagónicas argentinas si la situación se complicaba para la flota inglesa que recuperó el archipiélago.
Perú alistó además aviones y repuestos de cazabombarderos Mirage que nunca llegaron a ser utilizados ya que la guerra terminó antes de que se agotaran los stocks que preventivamente habían sido traídos en tiempo récord desde Israel en las semanas previas al inicio de los combates. Por lo demás, por una cuestión de practicidad y doctrina, tanto de adiestramiento como de técnicas de combate en escenarios geográficos diametralmente distintos, ningún piloto peruano hubiera estado en condiciones de integrar una escuadrilla de ataque sin ir a una muerte segura, algo que jamás lo hubieran permitido sus camaradas argentinos.
Más importante que la simbólica ayuda militar fue por supuesto la diplomática. Perú trabajó como nadie para que la guerra no se desatara. Pero Margaret Thatcher precisaba la lucha tanto como los militares “duros” de la tercera junta militar. La decisión de la premier británica de hundir al Crucero General Belgrano tuvo por objeto torpedear cualquier acuerdo de paz que hubiera evitado tantas pérdidas de vidas. Pero eso ya es otra historia de la que mucho se ha hablado y que se hace innecesario reiterarla aquí.