Nuevamente, la figura del ex presidente Raúl Ricardo Alfonsín vuelve a despertar en nuestra sociedad una sensación de ambigüedad, de dilema existencial. Otra vez leemos lo republicano que fue este dirigente, y su habilidad para sortear las provocaciones militares.
(Cuarto Intermedio – 1 de abril de 2010)- Su honestidad, remarcada ante todo. Por otra parte, se nota el contraste. Debe ser característica del pueblo argentino (o al menos de quienes tienen un grado mayor de notoriedad pública), tener una visión simplificada y maniquea de las cosas. “Ellos”; “nosotros”; “sabemos administrar”; “se fueron en helicóptero”. Hasta hemos escuchado a la presidente de la Asociación Madres de Plaza de Mayo (organización cuyos principios son probablemente respetados por la mayoría de los argentinos, y por mucha otra gente en el mundo) hablar de la dicotomía amigo-enemigo.Me da la sensación de que nos faltan esos principios integradores, en donde las diferencias del “otro” sean un complemento de nuestro pensar, y no un antónimo que genera rechazo. Al escuchar el debate entre el senador por la provincia de Jujuy, Gerardo Morales, y el ministro de Economía, Amado Boudou, flotaba en el Senado un aire de confrontación total. La aprehensión de algunas ideas del ministro por parte del senador (o viceversa), parecía una utopía.¿Cómo nos sentiríamos como pueblo si escuchásemos al ministro responder “lo voy a estudiar”, o al senador decir “tiene razón, pero qué le parece incorporar este punto de vista”? Entonces, no sólo el uso de reservas, sino temas sumamente complejos como la inflación o la inseguridad podrían ser abordados en profundidad. Observaríamos a personas probas e idóneas, acordando en el disenso para resolver problemas, mejorándole la calidad de vida de la gente (¿al final no es lo último que debería importar?). Y no, por el contrario, el uso y abuso de estos temas en busca de rédito político.Jorge Luis Borges fue, tal vez, y aun sin querer serlo, el emblema del escritor argentino. Nació en 1899 en el seno de una familia patricia, que tenía, como la anciana dama de uno de los cuentos incluidos en El Informe de Brodie, algunos próceres menores entre sus antepasados. Escribió contra el regionalismo pintoresco y la literatura de tesis que explica al mundo la peculiaridad de la nación. Parafraseando a Beatriz Sarlo, Borges aceptó su destino de nación menor, que hablaba un español “menor”, cuyo arribo a las bibliotecas de occidente había sido con algunos siglos de retraso. Borges escribió sobre un poeta de baja estofa, Evaristo Carriego, y sobre los cuchilleros de Palermo.En una nota publicada en Clarín en 1995, Beatriz Sarlo sostiene que “durante años, muchos en la izquierda argentina pensamos que Borges era un caso incómodo: gran escritor lejano de los problemas ideológicos que nos interesaban”. (Tal vez por eso, y por su visión del golpe en los albores de 1976, Borges era visto con cierto grado de resentimiento. Cabe señalar que Borges, como un importante sector de la sociedad, pasó de la aceptación a crítica). A partir de una relectura que incorpora un pensamiento diferente, Sarlo ve que “de pronto, muchos descubrimos que esa lejanía era una lectura incompleta y rústica de sus textos”. De esta forma, muchos “incómodos” han podido reconocer la grandeza y el alcance de este escritor.Es tiempo de abandonar la impronta maniquea de nuestra cultura, las oposiciones impermeables, en donde constantemente somos unos contra otros. Es difícil, claro. ¿Pero qué otra forma existe para avanzar hacia un futuro que nos encuentre unidos, bregando por una nación próspera y mejor?