El hombre

La breve historia que he de referir propone, a partir de un caso concreto, echar luz sobre un tema que acoge a nuestra sociedad. (Cuarto... Por Cuarto Intermedio

La breve historia que he de referir propone, a partir de un caso concreto, echar luz sobre un tema que acoge a nuestra sociedad.

(Cuarto Intermedio – 6 de julio de 2010)- Corren tiempos donde la fidelidad a los valores y la lealtad parecen ser bienes escasos; la traición, el cambio de bandos y la falta de ética son también moneda corriente. Se observa todos los días; basta analizar con detenimiento los ejemplos de nuestros representantes (incluso generando verbos tales como borocotear), o bien observar aquellas peleas que han invadido la televisión. El colmo sobrevino cuando las autoridades de una escuela en Balvanera intentaron defender a los alumnos agresores (de su institución), que, cortando una avenida, habíanse violentado contra un padre que llegaba con su hijo al citado establecimiento pretendiendo circular con normalidad (sospecho que Guillermo Jaim Etcheverry haya inspirado su tragedia educativa en María Elena Walsh y su mundo del revés).El hombre (lo concreto del caso) fue así desde su concepción. Su educación, de manos de sus padres, estuvo privada de mucho, aunque no de lo importante. A pesar de todo, ellos no soslayaron la importancia de inculcarle que la forma de comportarse debía ser ética. En aquellos tiempos, los códigos de la sociedad eran diferentes. La necesidad empujó al hombre a salir a trabajar, y fue la calle quien, desde muy pequeño, forjó su temple. Habiendo comenzado a fumar a los 11 años y a contribuir en el hogar algún tiempo antes, a nadie se le hubiese ocurrido pensar que el hombre iba por mal camino. Con los vaivenes propios de la edad, así transcurrió su adolescencia. Algo después, decidió ingresar en la Policía Federal, para estar al servicio de la comunidad. La policía, como la calle, era otra. Quien esté un tanto entrado en años (o bien lo haya escuchado de bocas de sus antecesores) recordará al célebre policía de la esquina, probablemente con nombre y apellido. El hombre sirvió a su gente. Pero nunca ascendió notoriamente en el escalafón. Es interesante como ayer y hoy es lo mismo; a grandes rasgos se identifica a los de arriba con tener las manos sucias y los probos nunca llegan. ¿Alguien alguna vez se preguntó por qué? Conocí al hombre de muy chico; de muy chico fui curioso y quise comprender. “Cuando seas grande lo vas a entender”, me decía. ¿Será que todavía no soy grande?El hombre fue mi familia. Con una lealtad digna de ser envidiada. Si un día me enfermé, el hombre no escatimó credo alguno en busca de algún angelito protector. Me vio crecer; mientras, mi observación hacia él fue modificándose paralelamente a la formación de mi personalidad; también, con las experiencias de la realidad misma. No fue eso nada más, sino también, ya más de grande, poder ver a su familia. Una casa de material construida con sus propias manos, de sólido material que no ha caído ni caerá, alberga hijos y otros descendientes que conservan esos preciados valores. Tal vez a los jóvenes de hoy aquella virtud les resulte desconocida, tal vez lo que escribo sea de laberíntica comprensión. Quizá las garras del paco dificulten escapar las tinieblas de las calles actuales; por ende, puede que la virtud de entonces haya devenido en vicio. Ni una, ni dos, ni tres tormentas amenazaron su fortaleza. El hombre siguió firme su camino, amenazado únicamente por el paso del tiempo y los peligros esporádicos de la coyuntura (a los que se resistió. Quién sabe si hoy día esta actitud le hubiera deparado otra suerte). En un punto, su luz comenzó a apagarse; la muerte de su compañera de vida posiblemente contribuyó a ello. Hubo dos cosas, sin embargo, que en esos últimos años, ya sin el vigor de antaño, permanecieron en él: el dibujo de una sonrisa en su rostro y los ojos vidriosos cuando, con la sola mención o simple caricia de un nombre propio muy querido, toda una vida pasaba por su memoria.Escribió Nietzsche que la muerte y la soledad de la muerte son las únicas certezas comunes a todos. Que los valores y el apego a la moral conducen a buen puerto, también lo son. Interesante sería que pudiéramos transmitirles, con esta misma fuerza, estos sencillos esbozos a los más pequeños.