Dicen que una expresión vale mil palabras. Entonces, que mejor que esa frase para que el destituido jefe de Gobierno y actual legislador porteño, Aníbal Ibarra, busque sacar rédito personal e incluso inmunidad frente a trágicas circunstancias.
(Cuarto Intermedio – 11 de agosto de 2010)- Con las cejas bien levantadas, expresión abatida y un tono de voz evidenciando indignación, Ibarra (sí, justamente él) opinó acerca del trágico derrumbe ocurrido en Villa Urquiza, donde fallecieron tres personas y al menos once resultaron heridas de consideración. Pese a que en un principio dijo que en situaciones como éstas lo mejor era llamarse a silencio, no pasaron muchas horas para que se lo escuche hablar sobre la falta de controles.También y si se tiene en cuenta la pesadez y el desgano con el que suele moverse (según afirman quienes los conoces puertas adentro), sorprende, en este caso, lo rápido que llegó su proyecto de resolución a la mesa de entradas de la Legislatura porteña para que la comuna remita la documentación vinculada al control de la obra que provocó el derrumbe del gimnasio lindero.Suena irrisorio pues, que el máximo responsable por la tragedia de Cromañón, donde perdieron la vida 194 personas, reclame falta de controles y más aún, si esa característica fue la que en definitiva desencadenó una serie de sucesos que en la actualidad hagan que se recuerde con tristeza la noche del 30 de diciembre de 2004. En aquel entonces, Ibarra fue destituido de su cargo a través de un juicio político (lo sucedió quien fuera su vicejefe, Jorge Telerman) y unos pocos funcionarios de segundas líneas desfilaron por los pasillos de Tribunales para finalmente terminar acusados con penas que dejaron, literalmente, sin espada y balanza a la conocida imagen de la mujer que simboliza a la justicia.Pero volviendo al personaje en cuestión, parecería que nada le importó hablar de controles en la administración pública cuando en 2001, por ejemplo, cinco ancianos fallecieron ahogados en un geriátrico llamado “Los Girasoles”, donde algunos eran llevados a un sótano para pasar las noches. Fue allí entonces, que durante una inundación en el barrio de Belgrano los abuelos perecieron por haber estado alojados en un lugar donde no debían y para colmo, en una zona proclive a ese tipo de acontecimientos con el agua, dada la desinversión en la obra pública que fue otra de las características de su gestión.También, ese mismo año, una niña de apellido Rombolá, moría ahogada en la pileta del Club Atlético All Boys (perteneciente a las red de gimnasios Megatlón). Según se pudo constatar, tampoco contaba con su correspondiente habilitación dado que carecía de guardavidas para vigilarla. Aún así y al poco tiempo, los padres de la pequeña que perdió la vida denunciaron que la pileta volvió a funcionar gracias a una habilitación precaria.Ya en 2004, más precisamente un 25 de julio, dos ancianas morían y otra resultaba herida de gravedad como consecuencia de un incendio desatado en un geriátrico. Paradójicamente, en 2005, la misma suerte corrieron otros tres (también en un geriátrico de Palermo) donde luego se supo que la última inspección había sido casi un año antes.En el ámbito educativo, fueron bastantes los traspiés: accidentes por fallas edilicias donde entre los más mencionados, estuvo el de un niño de cuatro años al que se le cayó una reja sobre la cabeza y lo hirió de gravedad y también el de la nieta del ex Presidente Raúl Alfonsín, quien murió desangrada cuando al golpearse con una puerta de vidrio, una de las hojas le dio en la pierna izquierda y le causó un corte en la arteria femoral.Es por ello que ante sucesos como el reciente, donde con razón las voces más críticas apuntan o deberían apuntar a la falta de controles, Aníbal Ibarra debería seguir una máxima de Groucho Marx que reza: “es mejor estar callado y parecer tonto que hablar y despejar las dudas definitivamente”.