Seamos todos Mandela

Una de las enfermedades que bien podría denominarse un “mal argentino” es expresar, generalmente de manera inconsciente, que la culpa siempre la tiene otro. (Cuarto... Por Cuarto Intermedio

Una de las enfermedades que bien podría denominarse un “mal argentino” es expresar, generalmente de manera inconsciente, que la culpa siempre la tiene otro.

(Cuarto Intermedio – 15 de octubre de 2010)- En la Reina del Plata, es otro quien debe reparar las autopistas; un tercero el que recoge la responsabilidad del caos vehicular; un grupo alejado quien legisla, y generalmente lo hace mal.Algo de verosímil tienen estas palabras; no es (me animo a suponer) el deber del lector ocuparse de dejar el pavimento en condiciones en el instante mismo en que detecta un bache. Sin embargo, estas palabras también tienen algo de falaz. La queja no es otra cosa que un grito en el aire, y raramente está acompañada o deviene en un comportamiento que trascienda el aquí y ahora, y añore el bien común. ¿Cuántas veces hemos reclamado administrativa o judicialmente cuando consideramos que la desidia de un Estado que abandona el mantenimiento de sus vías de comunicación pone en riesgo la vida de quienes la recorren? ¿Cuántas veces nos hemos contactado con nuestros representantes, sean concejales, diputados o senadores, para proponer o contribuir con un esquema superador a un proyecto legislativo en tratamiento?En Estados Unidos, por ejemplo, existe una cultura política centrada en lo local; el ciudadano común sabe quien es su representante y se contacta con él cuando siente que no lo defiende como debería. Y si no está satisfecho, dos años más tarde no lo vota. Con un poco de sinceridad y apego a la historia, el lector notará que la sociedad argentina pocas veces se vio fuertemente movilizada para discutir la cosa pública. Más aun, los principales motivos que dieron lugar a esos momentos fueron, principalmente, económicos. La pregunta natural, entonces, es ¿cómo hacer para resolver el problema?Ciertamente modificar comportamientos culturales es un tema que aparenta ser inabordable por lo complejo. Desde los tiempos de la colonia, la sociedad rioplatense (queda excusada aquí gran parte del país) hacía malabares para evitar pagar los impuestos; tiempo después el Viejo Vizcacha daba sus consejos plasmando en papel la viveza criolla. Pero si antes también se pudo, en la era de la fácil transmisión de la información, lo imposible debería poder transformarse más fácilmente en lo posible.Hay pocos líderes en la historia reciente de la humanidad que han dado pasos realmente valientes, anteponiendo los intereses de la nación frente a cualquier otra cuestión cortoplacista. Tal vez sean sólo tres: Anwar el-Sadat, Yitzhak Rabin y Nelson Mandela. Anwar el-Sadat fue el primer líder árabe en visitar Jerusalem y formalizar un acuerdo de paz con Israel; a partir de él la situación de Egipto cambió para siempre (para mejor). El segundo tuvo el coraje de firmar los Acuerdos de Oslo, el primer paso (problemas mediante) camino a la paz entre los palestinos e israelíes; una paz que un día llegará. El tercero dejó en el pasado el rencor y resentimiento de 27 años injustamente preso, para servir los intereses de su país, en busca de la paz, la unificación y el progreso. Ahora bien, ¿qué pasaría si en vez de esperar la llegada de un patriota republicano, comenzáramos a comportarnos dentro de la ley? A veces existe confusión, y parecería que los líderes que gobiernan y han gobernado la Argentina están completamente escindidos de la sociedad civil… ¿Por qué todos no podemos ser Mandela?Mandela pudo darle la mano a F. W. De Klerk, hasta ese momento hombre símbolo del apartheid y del gobierno que lo encarceló injustamente. Mandela supo convencer a sus pares y así conservar el nombre y los colores del equipo nacional de rugby, los Springboks, emblema del dominio y la superioridad blanca. Hablando sobre los blancos de Sudáfrica, Thomas L. Friedman escribe, en un artículo que rememora la película Invictus, una frase genial de Mandela: “tenemos que sorprenderlos con moderación y generosidad”.En vez de que se vayan todos, de la queja a viva voz o de la destrucción de la cámara que controla los excesos de seguridad, ¿no podemos pensar en grande, extendiendo el respeto y la bondad? Si las masas todo lo han podido, ¿no puede el cambio venir de abajo? Quizá sea utópico, pero ¿no podemos todos ser Mandela?