A veces, los gestos dicen mucho más que las palabras. La expresión de una parte importante de la sociedad frente a la muerte del ex Presidente Néstor Kirchner fue contundente; no quiere decir, sin embargo, que todos lo amaban; tampoco, que todos lo odiaban.
(Cuarto Intermedio – 3 de noviembre de 2010)- La muerte inspira temor. Será que sabemos que nadie le puede escapar. La penumbra que la rodea tiene eso de misterioso y atractivo; latentes aparecen el cielo y el infierno, por eso la muerte es también excitante. La muerte, de un segundo para otro, modifica puntos de vista. Ocurre que lo que uno pensaba hace un segundo cambia en un santiamén. De repente, debido a la desaparición física de una persona, a raíz de que el alma ya no habita el cuerpo, en realidad lo que se pensaba no era tan así. Esa confusión es producto de las emociones; esas emociones son propias de la condición humana, que, en la inmensa mayoría de los casos, se ve afligida cuando se produce un deceso.Creo haber detectado rasgos de una sociedad más madura, que pudo detenerse, reflexionar, y separar las pasiones políticas de una muerte que conmovió a un pueblo. Néstor Kirchner fue un político de raza, un político heterodoxo que ejerció el poder con un estilo particular. Su táctica era tomar el centro de la escena, dejando constantemente desprevenidos a sus rivales. La confrontación fue su método elegido, pero nunca dejando de lado el pragmatismo. Kirchner fue clave en la renegociación de la deuda externa, la cesación de pagos de una deuda soberana más grande de la historia. Supo continuar con los méritos de la transición de Duhalde, y asegurarle al país cinco años con crecimiento económico a tasas chinas. Le devolvió un lugar a los derechos humanos que siempre debieron tener. Por eso, y otras razones, cientos de miles de personas tuvieron pena. Otras tantas tuvieron empatía con la presidenta, sus hijos, familiares y amigos, y le expresaron sus condolencias.Por otra parte, su muerte no arrojará claridad sobre las sospechas de corrupción que pesaban sobre él y sobre su entorno. Tampoco podrá dar testimonio acerca del llamado capitalismo de amigos, ni explicar algunas contrarreformas que tanto daño le han hecho al diseño institucional de la república (por ejemplo, los cambios en el Consejo de la Magistratura, la reforma de la Ley de Administración Financiera o una nueva Ley de Medios, necesaria, pero sacada a los apurones y sin una discusión adulta). Aún no se sabe cuál ha sido el destino final de los fondos de Santa Cruz, ni ha clarificado su sospechoso incremento patrimonial. Sin embargo, mucha gente ha podido separar la discusión política y pensar en la pérdida; en lo que siente una madre, una compañera, y en lo que sienten sus hijos. No hay que cambiar de opinión por tener empatía; uno puede acongojarse y al mismo tiempo continuar siendo crítico de los actos de determinada persona o administración. He aquí la madurez a la que me refiero.Ni los que festejaron a bocinazos ni los que llaman a las armas y a tomar las instituciones deben prevalecer. Tampoco quienes aprovecharon un momento de duelo para evocar lo peor del ser humano. Sepa el lector que esos energúmenos son poco representativos; son esos, de un bando o de otro, quienes creen que la derecha sindical debe enfrentarse a tiros con la izquierda peronista mientras gobierna la señora Presidenta, igual que en 1975…Tal vez la única certeza de la vida sea la muerte; de ella no hay escapatoria alguna. Hasta el más poderoso muere, y eso, asusta y reconforta. Es un recordatorio más de nuestra finitud, pero también existe un fugaz regocijo que remite a la idea de que fue a otro a quien le tocó (“y no a mi, por suerte”).Al morir el rey, los ingleses y los franceses dieron a conocer la frase “muerto el rey, viva el rey”. Entonces, el objetivo era dejar en claro que el trono nunca quedaría vacante. Néstor Kirchner, muchas veces indicado como el hombre más poderoso de la Argentina murió. Propongo, esta vez, sustituir la frase de antaño por “Néstor murió. ¡Qué viva la república!”, sin olvidar que nosotros, los ciudadanos, somos partícipes necesarios de la segunda parte.