Muchos han bautizado los acontecimientos en Oriente Próximo como el despertar democrático de las sociedades árabes. Otros han establecido semejanzas entre la revolución en Egipto y la revolución iraní de Khomeini en 1979.
(Cuarto Intermedio – 4 de febrero de 2011)- Lo cierto es que el desenlace de estos movimientos todavía están teñidos por la confusión y la incertidumbre, aunque, ya hay algunas lecciones por reflexionar.La historia comenzó, pocos días atrás, en Túnez. Allí, tras 23 años de gobierno en manos de una sola persona, una revuelta popular con epicentro en Tunis (la capital), logró terminar con la administración autocrática de Zine El Abedine Ben Ali. Sí, fue el pueblo árabe de aquel país quien forzó la salida de su Presidente, que huyó al exilio casi como un maleante.Hasta hace poco, parecía que 23 años no eran nada. Túnez, situado en el norte de África, entre la Libia del provocador Gaddafi y la conflictiva Algeria gobernada por Abdelaziz Bouteflika, aparentaba ser un ejemplo de estabilidad y desarrollo. Educación para hombres y mujeres, una creciente clase media, desarrollo del turismo y apertura de mercados en la Unión Europea, parecían una buena fórmula para una región caliente. A los ojos de Washington, además, el régimen tunecino ofrecía un buen freno al islamismo radicalizado, creciente desde el atentado a las Torres Gemelas en 2001.Ahora bien, frente a este panorama, ¿cuál podría ser la chispa iniciadora de una pueblada que terminó con un saldo de más de 200 personas muertas y 500 heridas?Las razones son más simples de lo que parecen. De las autocracias árabes, la de Ben Ali era, tal vez, de las peores: un Estado fuertemente policíaco, un parlamento que no era otra cosa que una marioneta, una férrea intolerancia al disenso… y sí, claro, un día, la gente se hartó.Desde el comienzo, siempre existió miedo por un posible contagio. Contagio que quiere decir inestabilidad, incertidumbre, “malo por conocer”. Los seres humanos, cuando se ven inmersos en una masa, modifican su comportamiento. Las barreras culturales se diluyen y por la sensación de estar escondido, o ser un individuo no visible, los miedos desaparecen… y la gente se anima. Basta pensar en cómo se desenvuelven las hinchadas en un estadio de fútbol.Después de Túnez, vino Egipto, un país estratégico por su ubicación (posee el Canal de Suez, arteria que comunica el Mar Rojo con el Mar Mediterráneo) y decisiones geopolíticas (firmó la paz con Israel y es aliado de Estados Unidos). Allí, fue el pueblo, mayoritariamente secular -y no un partido político o un movimiento organizado- quien se convocó para protestar. No fue una cuestión ideologizada o religiosa. Son 30 años de Hosni Mubarak, Presidente de Egipto. Es falta de democratización y desarrollo. Son demasiadas personas fuera del sistema, sin un real voto o voz.Mubarak, por un lado, anunció que no se presentará a la reelección, y sostuvo que se ocupará de garantizar una transición ordenada (no muchos le creen). Por otro, casi como en los tiempos medievales del los sultanes egipcios, decidió mandar grupos de personas a provocar disturbios e infiltrar a los ciudadanos convocados en la plaza. ¿No sería mejor, acaso, ofrecer un conjunto de reformas serias y desarrollistas?La vacuna anti-autocrática no terminó aún. Yemen, el más pobre de los países árabes, con la mitad de su pueblo viviendo con menos de US$ 2 por día y un tercio de su población sumido en una siniestra hambruna, es testigo de una manifestación rosa. Allí, miles han protestado vestidos de ese color, abogando por mejoras en las condiciones de vida y reforma política, sin violencia. Su Presidente, que tenía pensado entregarle el mando del país a su hijo, también dijo que no se presentará a una nueva elección. En Jordania, otro aliado de Estados Unidos e Israel, el rey Abdullah decidió modificar su gabinete, con vistas a mostrar cambios pro-desarrollo. Y China, el gigante a quien todos respetan, decidió censurar este tipo de informaciones, para evitar la propagación de las manifestaciones. ¿Para evitar el espíritu democrático?Hay un evidente denominador común. Más democracia, menos autoritarismo. Más disenso y tolerancia, menos pensamiento único. Mejores condiciones para la gente, menos privilegios para los que gobiernan.Comencé el artículo planteando que había algunas lecciones por reflexionar. ¿Es necesario insistir con reelecciones y pensamientos únicos? ¿O trabajar en equipo, mancomunadamente con los principales sectores opositores, promoviendo el bien común y no a un sector por sobre otro y mejorando la calidad de vida, es un desafío demasiado ambicioso?Los cacerolazos de 2001 nos llevaron a la debacle. El amanecer democrático en el mundo árabe es otra señal. ¿A nadie se le ocurre que el desarrollo y la igualdad de oportunidades son la mejor garantía para la continuidad y la estabilidad?Pueblo argentino: alerta. Dirigentes argentinos: que el sentido republicano no llegue demasiado tarde.