Lecciones orientales

“No me gusta un corno hablar del pasado, menos me gusta lamerme las heridas. Francamente trato de mirar el porvenir desesperadamente. Aprendí que en la... Por Cuarto Intermedio

“No me gusta un corno hablar del pasado, menos me gusta lamerme las heridas. Francamente trato de mirar el porvenir desesperadamente. Aprendí que en la vida hay deudas que nunca se pagan y cuentas que nunca se cobran; así es la vida”.

(Cuarto Intermedio – 12 de abril de 2011)- Este hombre sí que la vivió. Fue miembro de la guerrilla tupamara, pero no sólo miembro. Partícipe activo de la lucha armada, caminó por la cornisa haciendo equilibrio entre la vida y la muerte, que muchas veces se inclina para un lado u otro sin explicar por qué. Fue un preso político, lo torturaron, y permaneció cautivo más de trece años, desfilando por cuarteles y cárceles poco apacibles. En otras palabras, algo más que la militancia de la boca hacia fuera. Se trata de José Pepe Mujica, Presidente de la República Oriental del Uruguay, nada menos.Si hay alguien que tiene autoridad para hablar del pasado es Pepe Mujica. Podría decirse que su autoridad es dual, tanto por su historia de vida, como por su coyuntural cargo en la primera magistratura de nuestro hermano y vecino país. Sin embargo, con una sapiencia que denota el paso de los años, Pepe elige mirar hacia adelante, sin rencores (el asunto es que no se debería necesariamente ser septuagenario para ser un sabio).El ejemplo de las frases de Mujica hoy son un faro en la oscuridad de un océano argentino lleno de olas de agresividad, bloqueos a la libertad, y manipulación política de las atrocidades cometidas en el oscuro período a cargo de la junta militar (1976-1983). Mientras aquí unos se creen los mesías de los derechos humanos, otros se ocupan de demonizar toda iniciativa ajena. Allá, Mujica resuelve las tensiones con diálogo y acuerdos, agregando que “nadie tiene todos los tornillos ni todas las tuercas”.Evocando el título de un artículo escrito por Beatriz Sarlo, su “sensatez de la utopía” produce una sana envidia. ¿Por qué? Porque lo que le falta a la Argentina no son recursos naturales, ni tamaño, ni tecnología, ni salida al mar, ni tranquilidad con sus vecinos, ni estar lejos de fallas sísmicas, ni educación relativamente aceptable, ni universidades, ni cultura. Casi todo esto puede ser mejorado, sí (no confundir con conformismo). Pero independientemente de ello, lo que le falta a la Argentina son líderes sensatos, con visión estratégica y global, y con una genuina (y no interesada) sensibilidad social. Cuando aquí los músicos del Teatro Colón (empleados del Gobierno de la Ciudad) paran sus actividades en un claro acto político (independientemente de sus reivindicaciones salariales, que pueden ser válidas); cuando aquí funcionarios públicos toman decisiones a espaldas de la ciudadanía en una clara decisión política (la ministra Garré, al decidir el retiro de la Policía Federal de dependencias metropolitanas, dejando huérfanos de cuidado a cientos de médicos, enfermeras y camilleros que trabajan con sueldos infinitamente menores a los de los camioneros), Pepe Mujica le dice, a sus empleados públicos, “todos ustedes son suplantables, lo que no es suplantable es nuestro pueblo. No están para servirse, están para servir (…) No se puede seguir con un Estado paquidérmico, sin compromiso, inventando festividades para no laburar”.Muchas veces se escucha en los pasillos o cafés que debemos volver a la “cultura del trabajo”. A “aquellos valores que trajeron nuestros abuelos, que nos permitieron ser un gran país”. Frente a estas expresiones, más de una vez recibí la pregunta “¿y cómo se hace?”. Pues bien, el ejemplo de Mujica muestra el camino. Y parafraseando a mi abuelo, agregaría hay que empezar… por el principio.