Todos los años, entre el primer y el décimo día del séptimo mes (Tishrei), el pueblo judío vive el momento espiritual más importante del año. Estos días, que comienzan con la celebración del año nuevo (Rosh Hashaná) y culminan con el día del perdón (Yom Kipur), son conocidos como los Días del Arrepentimiento.
(Cuarto Intermedio – 3 de octubre de 2011)- Son días de profunda introspección en el que se piensa acerca de los pecados y yerros cometidos; uno se arrepiente frente a Dios y así comienza el nuevo año.Uno de los conceptos recurrentes en esta época son los libros. Se dice que Dios tiene “libros” en los que escribe nuestros nombres, en donde determina quién vivirá y quién morirá; quienes tendrán una buena vida, y quienes tendrán una mala vida en el año que empieza. Las personas son inscriptas en Rosh Hashaná, y los “libros” son sellados en Yom Kipur. Y lo que ocurre entre ambas festividades es sumamente importante, dado que el decreto divino puede ser alterado (mediante acciones u omisiones tales como el arrepentimiento, la plegaria y la caridad). Por eso es que tal vez alguno haya escuchado el deseo de “ser inscriptos en el libro de la vida”.Es común también, con el propósito de enmendar un error, buscar la reconciliación con otras personas; la tradición judía indica, sin embargo, que para aquellos pecados cometidos frente a otro individuo, uno debe buscar el perdón de esa persona, corrigiendo el mal en la medida de lo posible. Los Días del Arrepentimiento pueden llegar a lo más profundo, a veces hasta tocar el alma. Son momentos conmovedores, donde, como mencioné, uno se arrepiente ante Dios y tiene la oportunidad de rectificar lo hecho con los semejantes. Y en esta tormenta emocional, muchas veces lo que ocurre, es ser demasiado ambiciosos con lo que se debe enmendar, corriendo el riesgo de que todo aquello que uno pueda proponerse quede en la nada.Haim Halberstam, un rabino de Sanz (hoy Polonia), describe esta situación con una interesante parábola, conocida como “El huevo y los grandes ideales”. Contó el sabio que existía una mujer muy pobre que le costaba traerle el pan a sus hijos. Un día, sin embargo, encontró un huevo; era su única pertenencia. Y esta mujer dijo: “ya sé lo que voy a hacer. No me voy a comer el huevo, le voy a pedir permiso al vecino, y lo voy a colocar debajo de su gallina y voy a esperar que nazca un pollito. A este pollito tampoco lo voy a comer, voy a esperar a que comience a dar huevos y a estos huevos los voy a poner debajo de la gallina y voy a esperar que nazcan nuevos pollitos y cuando tenga muchos pollos los voy a vender y voy a comprar una vaca y a esta vaca tampoco la voy a comer, voy a dejar que tenga terneritos y a estos terneritos los voy a criar para que tengan otros terneritos y así voy a poder enriquecerme y podremos resolver nuestros problemas”. Estaba tan entusiasmada pensando todo lo que iba a hacer con el huevo, que de tanto entusiasmo el huevo se le cayó y se rompió.A veces, eso nos pasa a los Argentinos. Sabemos de todo y sabemos como arreglarlo todo, pero no empezamos por las acciones más básicas y elementales, a nuestro íntimo alcance (ya he escrito acerca de tirar los papeles al suelo o fumar en lugares prohibidos; del respeto a las normas y a la ley).Claro, los países se construyen a partir de los grandes ideales (y ¡qué feo sería no tenerlos!). Sin embargo, sólo en la medida en que nos planteemos pequeños cambios y los vayamos concretando, nos daremos cuenta de que allí radica el verdadero éxito de aquellos sueños que anhelamos alcanzar.Como siempre, depende de nosotros. Y ahora que falta poco para votar, votemos. Pero solamente con votar, no alcanza.