Este puede ser un momento de quiebre. De quiebre para uno de dos lados: O la Eurozona sobrevive (lo cual requiere, indefectiblemente, un cambio de paradigma), o está condenada, tal como la conocemos, al fracaso.
(Cuarto Intermedio – 10 de noviembre de 2011)- La tormenta azota a Europa, y no se va. Pero para navegar la tempestad y salir airoso, hay que lograr comprender la naturaleza de la crisis, y animarse al cambio. Fue Einstein, acaso, quien dijo que “es insano intentar lo mismo una y otra vez y esperar que resulte diferente”.Vayamos por partes: la naturaleza de la crisis. El problema principal, como bien lo describe Martin Wolf en el Financial Times del 9 de noviembre (http://on.ft.com/t3eyRv), son los flujos. Hay un problema de deuda, claro, pero el tema es que los países no pueden pagar las cuentas corrientes sin seguir endeudándose. Para ello, necesitan superávits que hoy no existen. ¿Deben estimularse los famosos ajustes para lograr dichos superávits, en el afán de recortar gastos para pagar dicha deuda? Esa historia la hemos visto; en un contexto de bajísimo o nulo crecimiento, medidas como esa deprimen la economía y generan menos actividad, consiguientemente menos recursos, por ende, difícilmente pueda lograrse el tan ansiado superávit. ¿Tomar deuda para financiarse? Las tasas de interés vienen en ascenso (los bonos italianos esta semana treparon hasta el 7%), y los países de por sí están sobre endeudados como para endeudarse a tasas insostenibles. ¿Entonces?Es necesario volver al crecimiento económico, y para eso es esencial la competitividad. Y la realidad es que los países de la periferia (como Grecia o Portugal, por ejemplo), no son suficientemente eficientes ni disciplinados como para ser competitivos en el marco de la moneda única, el euro. He de aquí uno de los posibles quiebres.En un paper, citado tanto por Wolf como por el Nóbel Paul Krugman (entre otros), el economista Nouriel Roubini plantea que Europa tiene cuatro caminos posibles:1. Reestablecimiento de la competitividad mediante políticas monetarias expansivas, un euro más débil y estímulos desde el centro europeo al resto de la Eurozona, mientras la periferia encara reformas y austeridad.2. Deflación en la periferia, que sumado a reformas estructurales, fuercen la baja de los salarios reales para aumentar la competitividad.3. Financiamiento permanente del centro a una periferia no competitiva.4. Reestructurar la deuda y parcial rompimiento de la Eurozona.¿Las consecuencias?La primera podría lograr su cometido, sin mucho costo. La segunda, probablemente no resuelva el problema del flujo y termine transformándose en la cuarta. La tercera podría resolver el problema en la periferia, pero amenazar la solvencia del centro. Y la cuarta… la cuarta es el quiebre que mencionaba más arriba.Las opciones 2, 3 y 4 son un intríngulis. Porque Alemania jamás aceptará -por ahora- la 3 y la 4, y la periferia probablemente no acepte -por ahora- ninguna. Las caídas de Papandreou y Berlusconi son prueba de ello. ¿Y la opción 1?Alemania es quien la encuentra inviable. ¿Por qué? Porque Alemania (el país que realmente decide este tipo de políticas), ha sostenido desde siempre que la política del Banco Central Europeo debe tener una política monetaria restrictiva que controle y domine la inflación (lo opuesto a la opción 1). Por eso, como bien dice Krugman desde su blog (http://nyti.ms/u1ondE), o el BCE cambia radicalmente su política, o pasará a la historia por la estupidez de sus decisiones. Alemania no avanza en este sentido por una razón muy concreta. La misma esta imbuida de un sentimiento histórico, fuertemente arraigado en la psiquis de su pueblo: la hiperinflación de 1923. Ese momento tan dramático, el de las carretillas llenas de billetes, donde el dinero virtualmente fue reemplazado por el trueque (con pobreza y desempleo como corolario de la situación), es aquello que impide pensar de otra manera. La inflación es un fantasma que, si está cerca, mete miedo. Pero esa memoria colectiva, que es tan potente, tampoco deja entrever que la austeridad brutal de 1930-1932, terminó por consolidar la llegada de Hitler al poder.De una u otra forma, Alemania debe pensar de otra manera. En palabras del historiador y filósofo Thomas Kuhn, lo que se necesita es un cambio de paradigma, que se logra a partir de la aceptación de nuevas teorías entendidas como superadoras, que dan lugar a lo que él llama una “revolución científica”.Hoy, gran parte de la comunidad científica económica, como hemos visto, propone actuar distinto. Habrá que ver si los alemanes, el BCE y la comunidad europea en su conjunto, privilegian la salida por el consumo y toleran algo de inflación, o si están dispuestos a mantener un esquema de pensamiento cuyo desenlace puede ser un mal mayor.La tormenta azota, y no queda tanto tiempo para navegar hacia aguas tranquilas sin que la embarcación sufra roturas. Roturas que no se podrán reparar.