Vivimos vapuleados, pero conservamos valores positivos. Amanecemos y anochecemos con el vapuleo, pero sobrellevamos el azote cotidiano porque nos robustecen los valores que seguimos teniendo.
Los millones de argentinos que trabajan, estudian, llevan a sus hijos a la escuela, realizan tareas solidarias, se esfuerzan para ser mejores y tantísimas otras actividades y quehaceres no son noticia.
La información nos zamarrea, sobre todo espiritualmente, contándonos sobre los 26 policías asesinados en el año, acerca de que la trata de personas continúa al igual que crímenes atroces, que cada vez hay más violencia social, no sólo en el fútbol y algunos sindicatos, que casi todos los días se produce un paro en el transporte que perjudica a miles de personas que sólo aspiran a trasladarse para trabajar, que unos agentes policiales sin profesionalismo matan a un rehén inocente en la persecución de los delincuentes que lo secuestraron, que con la Banda Oriental del Uruguay no podemos concertar la profundización de un canal de navegación ni destrabar el comercio bilateral -retrotrayéndonos a los tiempos aciagos de las dos primeras décadas de nuestra emancipación cuando libramos la irracional lucha de puertos entre Buenos Aires y Montevideo, que deparó lo peor, el divorcio político con nuestra provincia oriental-, que los chicos en vez de contraerse al estudio toman los establecimientos y hasta algunos roban computadoras de sus rectorías, que hasta Ghana nos desafía reteniendo a la querida Fragata Libertad y a sus 300 tripulantes, que el juez federal Martínez de Giorgi sobreseyó a diez funcionarios, incluido el jefe de la AFIP, por los subsidios fraudulentos otorgados por la disuelta ONCAA, pero procesó a un changarín y a dos indigentes -notoriamente prestanombres para practicar el dolo- y una centena más de pésimos hechos.
La realidad es que tenemos usurpados más de un millón y medio de km2 de nuestro mar y que ello redunda en que se tapona nuestra expansión legítima hacia la llanura marítima o “Pampa Mojada” y el sur helado y, además, se depreda nuestro recurso ictícola y se expolia el hidrocarburífero. También es parte del cuadro que sólo un peso de cada cuatro provenientes de los impuestos va a las provincias, con un federalismo extenuado y que ya ni siquiera es agónico, pues sólo está al aguardo de su sepultura.
También es parte del escenario que en 2013 produciremos un 23% menos de trigo y que tenemos 121 frigoríficos paralizados. Esto en el país de la carne y del trigo, justo cuando el mundo demanda alimentos.
¡Para qué hablar de nuestros gendarmes y prefectos! Los vemos y nos dan instantánea seguridad, pero les rebajaron sus sueldos ¡Inconcebible!
Como si no tuviéramos nada qué hacer ni por hacer, en Bariloche unos vándalos encapuchados intentaron derribar el monumento al presidente Julio Argentino Roca, el mismo que impuso el matrimonio civil, que municipalizó los cementerios, que abrió las puertas a una formidable inmigración que le dio definitiva idiosincrasia a nuestro país y que aseguró las tierras del Sur hasta el Beagle -debería decir hasta el cabo de Hornos, pero el cercenamiento sufrido en 1984 me lo impide-, incluyendo esa colosal visión estratégica de instalar con carácter permanente el Observatorio de las Orcadas, en 1904, erigiéndonos en el primer ocupante de la Antártida.
Vapuleados porque sobrevivimos anclados en el pasado, precisamente tratando de demoler estatuas, perseguir a viejos delitos, reabriendo graves heridas, cavando trincheras en lugar de construir puentes que nos unan, enfrentando a los argentinos en la perversidad de la añeja dialéctica amigo-enemigo que tanto nos costó y a la que le debemos facturar que no seamos la A del BRICS -porque si hubiéramos realizado bien nuestra labor colectiva, Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica tendrían a la Argentina como parte del equipo emergente-.
Nos negamos imperdonablemente a acordar siete Políticas de Estado y sobre todo a apostar al futuro. Estamos atrapados en lo pretérito, aunque se promueva el voto adolescente. Veamos esto último: los chicos van a votar a los 16 años, pero el cincuenta por cien de ellos no va a la escuela secundaria a pesar de que por ley es obligatoria ¿Quién y dónde se van a formar? ¿Cómo obtendrán la preparación básica para expresar su voluntad política?
El mundo está diciendo que en Buenos Aires la primera frase que debe aprender un forastero es “¿Cómo arreglamos?”, aludiendo a que todo se acuerda por izquierda y que la ley es aquí letra muerta o sólo aplicable a los ‘giles’. Es que persistimos en nuestra ‘viveza’ y nuestra anomia correlativa. La ley es sólo una declamación que jamás se cumple, salvo excepciones. Acá todo se manipula, desde el Consejo de la Magistratura hasta los subsidios y programas de asistencia social, pasando por la coparticipación federal de impuestos y el acceso a las funciones pública, lejísimos de la idoneidad que manda la Constitución.
¿Y el Plan Nacional de Desarrollo? ¿El de Viviendas Sociales? ¿El de autopistas y rehabilitación de los FF.CC.? ¿El de desconcentración demográfica? ¿El de conquista de nuestro mar? ¿El de Seguridad? ¿El antiinflacionario? ¿El de promoción de la producción exportadora para duplicar nuestros ingresos y así tener más recursos para distribuir con justicia social sin necesidad de cepos y restricciones? ¿El de reforma del Estado y de la Política? Todo -y mucho más- está relegado, fuera de la agenda.
Sin embargo de todo esto -y lo mucho que omitimos-, la Argentina tiene millones de ciudadanos y habitantes portadores de intangibles y fortísimos valores positivos. Por eso el ‘milagro’ de que aún existan esperanzas y posibilidades colectivas.
El vapuleo nos hace resistentes. Ahora se trata de que lo marginemos y vayamos hacia el futuro ¡Basta de anclaje en el pasado! Queremos hablar de 2030 y hacer con esa perspectiva. No de 1973 o 1976 ni ninguna fecha retrógrada. La Argentina historiadora es para los eruditos que la estudien. La Argentina trabajadora es para los 41 millones que aspiramos al porvenir.
*Diputado nacional por UNIR, provincia de Buenos Aires