El tercer domingo de noviembre es el día en que el mundo recuerda a sus víctimas en siniestros viales (*). Más allá que, lógicamente, es un día “institucional” (ya que deberíamos tenerlo presente en forma permanente), deberíamos detenernos a reflexionar sobre el concepto de “víctima”.
La primera acepción del término (que tiene su origen en el vocablo latino vĭctima) hace referencia al ser vivo (persona o animal) destinado al sacrificio (paradójicamente algunos vinculan ese “sacrificio” al “progreso”). Este uso, de todas maneras, quedó relegado y actualmente la noción de víctima suele mencionar a la persona dañada por otro/s sujeto/s o por una fuerza mayor (los desastres naturales también generan víctimas. Estos son los casos de fuerza mayor, donde, en principio, no se puede hacer nada para evitar el daño. Sin embargo, siempre hay formas concretas de minimizar las consecuencias de una eventual catástrofe natural -inundaciones, sequías, erupción de un volcán, sismo-, aunque requieren de medios económicos y de voluntad política.).
Existen numerosas definiciones del término “víctima” desde el punto de vista que se lo considere (desde lo natural, lo social, lo jurídico, etc.).
Ahora bien, cuando consideramos a las “víctimas de los siniestros viales” generalmente lo limitamos a aquellos que lamentablemente perdieron la vida (literalmente) a consecuencia de los mismos.
Nos olvidamos de los que “pierden la vida” en vida.
Los que quedan incapacitados física y psíquicamente como consecuencia de las lesiones y los grupos familiares con “ausencias de seres queridos” también son víctimas.
Y una sociedad que “tolera” esa “perdida de vida” de sus integrantes, “naturalizando” el problema, está enferma y es víctima de si misma, o sea, es “víctima” y “victimaria”.
Decimos que “naturalizamos” el problema porque consciente o inconscientemente pensamos al “siniestro vial” (más allá del nombre que le pongamos) como un acontecimiento trágico del destino o de la acción despreocupada o despreciativa de un tercero.
Al “naturalizarlo” nos cegamos frente al riesgo evidente, no previniendo. Y esto, más allá del individuo, lo hacemos en forma colectiva, como sociedad.
Parodiando a John Donne, debemos reflexionar que las “víctimas de los siniestros viales” me disminuyen porque estoy ligado a la sociedad; “por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti.”
*Director ISEV
(*) El 26 de octubre de 2005 la Asamblea General de las Naciones Unidas en la Resolución 60/5 proclamó el tercer domingo de noviembre Día Mundial en Recuerdo de las Víctimas de Accidentes de Tráfico.