Pese al esfuerzo que realizan los abogados de 28 de los 29 imputados (más una querella) por la tragedia de Once para que el motorman, Marcos Antonio Córdoba, sea considerado el único responsable por el choque del tren, comienza a perfilarse en el juicio oral la idea de que las eventuales condenas no se agotarán en el conductor.
A partir de informes técnicos que aseguran que el sistema de frenado del tren funcionaba adecuadamente, y las especulaciones que -a modo de hipótesis aún no probada- indican que Córdoba pudo haberse distraído, dormido o incluso haber sufrido un episodio de epilepsia, la estrategia común de los defensores de ex funcionarios y empresarios parece clara: la falla humana causó la tragedia.
Esa teoría cuenta con un inesperado adherente: el abogado Gregorio Dalbón, cabeza de una de las dos querellas que quedaron en pie (la otra es la de los familiares de Lucas Menghini Rey).
Dalbón sostiene también que el responsable es Córdoba, aunque fustiga a la empresa y los ex funcionarios. Pero sobre lo que ocurrió el 22 de febrero de 2012 y su secuela directa, la muerte de 52 personas, el único culpable es el motorman.
El tribunal oral que lleva adelante el juicio está integrado por los jueces Jorge Alberto Tassara, Jorge Luciano Gorini y Rodrigo Giménez Uriburu. Uno de ellos, Gorini, ya intervino en otro juicio por un siniestro de magnitud: la causa por la tragedia aérea de LAPA. A partir de aquella experiencia, los abogados intuyen que la responsabilidad no se limitará a la falla humana del conductor.
Existe en derecho penal una explicación de por qué ocurren las grandes tragedias en medios de transporte. Se la conoce como “la Teoría del Queso Gruyere”, que utiliza gráficamente la forma de ese lácteo y fue creada por el experto británico en accidentología James Reason. Se aplicó originalmente a los siniestros aéreos, pero conceptualmente es trasladable a otras tragedias de similar o mayor magnitud.
Como una suerte de rompecabezas, la distancia entre un vehículo (avión o tren, como en este caso) y el siniestro está medida en fetas de queso gruyere, cuya característica son los agujeros en su textura. Esos agujeros son “vulnerabilidades” o “errores” en la cadena de seguridad. El último agujero, el que desencadena la tragedia, suele ser el error humano. Pero para que la tragedia ocurra, deben acomodarse todos los agujeros de las fetas anteriores de modo tal que la suma de las vulnerabilidades convierta al siniestro en un hecho indetenible e inevitable.
En ese escenario, Córdoba fue el último agujero de la última “feta de queso”. Pero antes, hubo responsabilidades que desembocaron en él. La formación profesional que recibió Córdoba -compartida entre la empresa TBA y el gremio La Fraternidad-, la decisión de ponerlo al frente de una formación en una hora pico -cuando compañeros con más experiencia conducían en franjas horarias menos comprometidas-, el “derecho de piso” al que aludió el juez federal Claudio Bonadio en la etapa de instrucción, la falta de controles por parte de los organismos estatales.
Cuando ya ha transcurrido un tercio del juicio, el abanico de posibilidades futuras de fallo está completamente abierto.