La pandemia del COVID-19 afectó en primer lugar al sistema sanitario mundial, donde las imágenes de los profesionales de la salud claramente extenuados ante el incesante ingreso de pacientes portadores de una enfermedad tan nueva como extraña, se replicaban por igual tanto en los países más poderosos como en los “subdesarrollados” del planeta.
Asimismo las economías, también fuertemente afectadas, se vieron obligadas a incumplir con sus respectivas metas fiscales y los presupuestos previamente confeccionados para poder redireccionar el grueso de ese dinero en auxilio de los ciudadanos que fueron obligados a un confinamiento laboral, económico y social.
Sin embargo, la mayoría comprendió que ello no podía sostenerse en el tiempo y que debía convertir el “asistencialismo” en “oportunidades” ya que ninguna economía, más allá del lugar donde se encuentre, cuenta con una mínima posibilidad de volver á levantarse o prosperar si el plan continúa siendo el de entregar “bolsones de alimentos” o de “congelar” las tarifas de los servicios públicos e impuestos en lugar de apostar por la producción y dar trabajo.
Por caso y dado que el propio Presidente Alberto Fernández se permitió comparar su línea de pensamiento político con las del flamante mandamás norteamericano, Joe Biden, a quien denominó “Juan Domingo Biden” por haber reivindicado la labor de los sindicatos durante su primer discurso ante el Congreso de ese país, así como también por fomentar el “compre nacional” y la promoción de la obra pública como uno de los mayores motores de empleo, lejos está el Jefe de Estado argentino en poder, siquiera, compararse con esa “foto”.
Si bien el 46° Presidente de los Estados Unidos lanzó una batería de medidas de alivio fiscal y otras tantas asistencialistas cuando inició su mandato en enero de 2021 -las cuales incluían una “ayuda social” de 300 dólares para personas sin empleo o padres de niños de hasta 6 años de edad con dificultades laborales a raíz de los inconvenientes generados por la pandemia-, las mismas claramente no estaban destinadas a “consolidarse” ni siquiera en el mediano plazo, algo totalmente contrario a lo que ocurre por estas pampas, pese a la “simpática” comparación que ensayó Fernández entre Biden y Perón.
Es que en la Argentina, lejos de buscarse alternativas para transformar el “auxilio” en una “circunstancia” hasta tanto se generen nuevos puestos de trabajo, muy por el contrario va ampliando no solo su universo de personas que la perciben, sino también el monto que se abona por la misma.
Algo muy distinto, por caso, está sucediendo actualmente en los Estados Unidos, ya que son cada vez más los distritos que están analizando retirar a partir de mediados de junio -y no en septiembre como estaba estipulado originariamente- esa ayuda económica luego de que varios de sus dirigentes advirtieran que las postulaciones en sus Estados no van en sintonía con las nuevas ofertas laborales existentes, sobre todo en los ámbitos hotelero, gastronómico y de la construcción.
“En Arizona vamos a utilizar el dinero federal para alentar a la gente a trabajar en lugar de pagarle a la gente para que no trabaje”, manifestó el propio gobernador de ese territorio, Doug Ducey, quien ya anticipó que eliminará el pago adicional de 300 dólares a la semana en beneficios federales por desempleo a partir del 10 de julio, el cual había sido asignado por el Parlamento estadounidense en concepto de “ayuda” para los afectados por el coronavirus.
Al igual que muchos de sus pares -ya suman veinticuatro-, Ducey sostuvo que necesitan que más personas estén dispuestas a trabajar y que, paradójicamente, ahora es tiempo de ayudar a los empleadores a conseguir personal, quienes aseguran que se encuentran “batallando” para poder hacerlo.
En esa línea, el gobernador de Virginia occidental, Jim Justice, enfatizó que “los habitantes de West Virginia tendrán acceso a miles de trabajos es estos momentos y necesitamos que todos vuelvan a trabajar”.
Sucede que en los tiempos que corren, los distintos beneficios otorgados desde la Casa Blanca equiparan -y hasta en algunos casos supera- al salario mínimo estatal antes que deduzcan los impuestos, por lo que se comenzó a vislumbrar que esta suerte de “asignación” gubernamental por desempleo estaría haciendo más daño que bien a la reactivación económica y social buscada.
Pero retornando al ámbito nacional, tanto el Presidente Alberto Fernández como los gobernadores se encuentran situados en las antípodas de esas ideas puesto que no se avizoran iniciativas tendientes a colocar en escena al “empleo” como una de las principales políticas públicas, aún en tiempos de pandemia. A cambio, sólo se ofrecen postergaciones, reprogramaciones, paliativos, y más y más asistencias.
Poco, o prácticamente nada, se habla de lo que representa el tener un empleo o más bien de lo que “dignifica” poder contar con uno. Desde ya, poner sumas de dinero en los bolsillos de las personas -sea mucha o poca- en nada contribuye a ello, sino más bien todo lo contrario.
Es por ello que los gobernantes locales deberían llamarse a la reflexión para ayudar a la ciudadanía a encontrar una alternativa que le devuelva la dignidad de poder contar con un trabajo y encargarse, en paralelo, de enseñar pacientemente a aquellos que nunca pudieron tener acceso a uno, producto quizás de la dependencia generada por el propio Estado.
Indigna observar que mientras en otras latitudes no tan lejanas se buscan maneras para reencontrar a las personas con el trabajo, por aquí se hace todo lo contrario y en su lugar se las aleja del mismo y se fomenta el asistencialismo.
Indigna la Argentina actual.