¿Cuántas veces pensé, con temor, si tal o cual cosa me ocurre, el mundo se desmoronará sobre mi? Sí muere un ser querido antes de tiempo, si tomo una decisión equivocada sobre algo que considero trascendente… si sufro un accidente.
(Cuarto Intermedio – 23 de julio de 2010)- Debido a que me veo imposibilitado de ofrecer un número verosímil como respuesta, propongo la siguiente historia que pretende mostrar como con valor, ese miedo se desvanece.Conocí a Rafaelino a raíz de una situación un tanto excepcional y desgraciada. Pero antes, sabía quien era. Un gran amigo, de esos con los que no se siente el paso del tiempo, me había mencionado algo; fue Tomás, quien tiene la gran capacidad de establecer vínculos amistosos con facilidad. Saber quien es una persona es casi no saber nada; simplemente ubicar a alguien por referencias, pero no mucho más. Lejos estaba, en ese momento, Rafaelino de mi vida.Con gran destreza Rafaelino desarrollaba su arte. Era (y lo sigue siendo, ya verán por qué) muy respetado, la gente lo quería y lo admiraba. Pasaba sus días en la montaña, realizando piruetas y enseñando; también haciendo reír. Su humanidad era lo suficientemente grande como para estar siempre dispuesto a ayudar, hasta para compartir algún secreto.Una noche, el teléfono sonó. Un conocido necesitaba asistencia. Había sufrido un accidente y estaba herido de gravedad. El pronóstico, incierto aún, indicaba que la lesión estaba en la médula. Automáticamente se nos vino a la mente, todos quienes escuchábamos la transmisión de la información, la hipotética reacción que habríamos tenido si hubiésemos sido nosotros los actores de la citada escena. Se escuchó más de un “me muero”; será que el ser humano tiende a evaluar el alcance de las cosas según sus propios parámetros .Volví a ver a Rafaelino en un centro médico, venía a continuar con algunos estudios de rutina. El contacto directo con él me dejó pasmado; sin embargo, no fue su condición física lo que me impactó, sino su actitud hacia la vida. Su primeras reacciones hacia mi fueron de agradecimiento (vaya uno a saber por qué); me contó que se sentía bien, que estaba aprendiendo a lidiar con su nueva vida; seguía en pareja y feliz, y ya pensaba en numerosos proyectos tras una prolongada recuperación.Fue entonces cuando pensé en cómo el miedo paraliza, en cómo la ignorancia y el desconocimiento provoca, muchas veces sin desearlo, rechazo y distancia. Si a mi me pasa esto, todo se termina. Si las cosas no son como yo quiero, o de acuerdo a lo que para mi es sensato, entonces las cosas no deben ser. Hubo un momento cuando la Tierra fue el centro; cuando la esclavitud fue aceptada; cuando el vacío contuvo al éter. No deja, pues, de ser curioso que las grandes transformaciones de la humanidad se hayan dado precisamente por haber derrotado los paradigmas entonces vigentes, que permitió correr las fronteras de lo aceptado y permitido un poquito más allá.Rafaelino sigue con su vida. Sigue con una sonrisa. Continúa con los desafíos de la vida cotidiana, y no por ello deja de estar (vaya uno a saber por qué) agradecido. El hecho de que compitió en aquel torneo pensado por los griegos hace dos siglos y medio (en este caso adaptado a deportistas con aptitudes diferentes), es anecdótico. Lo que permanece, es la enseñanza y el ejemplo, de que con coraje, se puede lograr una sana transgresión. En la primera estrofa de su célebre poema, Almafuerte escribe,
Rafaelino, Almafuerte, el coraje, el desmoronamiento devenido en mero susto y la apertura del pensamiento, todos juntos, no son, casualmente, obra pura del azar.