El ex Presidente Carlos Menem solía repetir, en distintos ambientes (populares y no tanto), que la política es el arte de lo posible. Puede deducirse, a partir de su larga trayectoria (y en cierta medida tomando la frase de manera literal), que Menem creía que, al fin de cuentas, uno no era tan esclavo de sus palabras…
(Cuarto Intermedio – 15 de noviembre de 2010)- Como hombre cuyo valor republicano está por sobre todas las cosas, el accionar que deviene de aquella frase mucha gracia no me causa. Es cierto, debe reconocérsele al caudillo riojano su carisma para quedar siempre bien parado, pero detrás de esas palabras subyace una debilidad que, en gran parte, es la causa de muchos de nuestros males: la fragilidad institucional. Esta afirmación puede aparentar ser un tanto banal; no obstante, el hecho de que provenga de quien fue Presidente de la nación durante 10 años no es un dato menor. Independientemente de que la revolución productiva y el salariazo se hayan transformado en liberalismo dogmático; independientemente de que la UCR y el PJ hayan sellado un pacto que anteponía intereses personales a los de la república, el arte de lo posible puede ser bien entendido también. En esta oportunidad, vale el ejemplo para analizar un rasgo de nuestra cultura.Primero la evidencia, lo concreto. Si al lector le hiciesen la pregunta ¿cómo se comportan 50 mil personas en un espectáculo masivo?, la respuesta no sería tan sencilla. Dependería del tipo de show, de qué se entiende por “buen comportamiento”, etc. ¿Es la gente limpia, tira la basura? Seguramente no. Y en los estacionamientos, ¿qué pasa? Y… están siempre plagados por la mafia de los delincuentes que ilícitamente lucran intimidando a los ciudadanos que desean estacionar en la vía pública (mal llamados “trapitos”). Hay excepciones, claro. Pero me animo a aseverar que una primera impresión no diferiría mucho de estas palabras. Pues bien, otra forma de comportarse es posible. El evento organizado en el Haras El Capricho, en Capilla del Señor, es un buen ejemplo. Más de 45 mil personas disfrutaron de 5 días a pleno sol, con música y la mejor competencia de saltos hípicos del año. El domingo, Diego Torres coronó la 12ª edición de este concurso con un recital al que asistieron más de 35 mil personas. La entrada, libre y gratuita, invitaba a todos. Y el resultado fue óptimo. Ni un solo incidente, ni un solo delincuente cobrando por estacionar; todos aquellos que ingresaron a la pista para escuchar el canto (en donde posteriormente se desarrollaría la competencia) lo hicieron con sus bebidas, sus sillas y sus papeles… y al retirarse, la pista estaba impecable. Cientos de familias realizaron su picnic resguardándose del sol bajo las copas de los árboles, y cuando todo el mundo se fue, parecía que nadie había venido. ¿Cómo es posible? Difícil ofrecer una respuesta concreta. Pero la gente percibe que se la trata bien, que se le ofrece una organización de calidad. A cambio, se le pide que levante sus residuos, que se movilice de manera ordenada. No parece haber mezquindades. Existe respeto mutuo. Y funciona.¿Es posible extender este comportamiento a un nivel institucional? Tal vez sea sólo una expresión de deseo, o sólo una mera idealización. Ahora pregunto, ¿si hubiese respeto por las formas, por los individuos, por las instituciones? Si nosotros no tiráramos los papeles a la calle, si los colectiveros cediesen el paso, si la justicia fuese celera y la policía más eficaz, si los dirigentes llamasen a la cordialidad y demostrasen altura… ¿qué pasaría? Como siempre, el cambio empieza por lo más cercano.