Encuestas eran las de antes

Atenuado, al menos por el momento, el vendaval de críticas que despertaron importantes y publicitadas encuestadoras en las últimas predicciones electorales, la pregunta obligada es... Por Cuarto Intermedio

Atenuado, al menos por el momento, el vendaval de críticas que despertaron importantes y publicitadas encuestadoras en las últimas predicciones electorales, la pregunta obligada es si realmente el Gobierno, íntimamente, careció de información precisa, de primera mano.Por Jorge Carlos Brinsek (*)

(Cuarto Intermedio – 22 de julio de 2011)- Antes de seguir es necesario reiterar algo: las encuestas son como los escotes atrevidos de las mujeres: Insinúan pero no muestran toda la realidad. Incluso, con sostenes adecuados (tipo push-up, que le llaman) pueden aparecer esculturales y a la hora de la verdad brindar grandes decepciones.El tema es quién maneja las encuestas y cómo las utiliza. Eso por un lado y en segundo (y muy importante) hasta dónde los profesionales que realizan la consulta están decididos a resignar responsabilidad y trayectoria en función del dinero que cobrar por sus trabajos. En ese plano, la frase lapidaria publicada en un influyente medio nacional, que reflejó la presunta conversación entre dos encuestadores “vos ganaste en prestigio, pero yo en facturación”, exime, si ello fue cierto, de cualquier comentario.Pero volviendo al tema inicial, si el Gobierno mandó “fabricar” las encuestas para tratar de influir ante la opinión pública y si las encuestadoras que se prestaron a ese juego e hicieron su negocio ahora pagan las consecuencias por su pérdida de solvencia profesional, es una cosa. Si, como se teme, en la Casa Rosada se entusiasmaron por los números rosados que les acercaron los “amigos” y luego quedaron sentados por el cachetazo recibido, el tema merece otro análisis.Históricamente los gobiernos se han valido de un termómetro casi infalible para pulsar la voluntad de la sociedad: la información confidencial de Inteligencia que brinda a lo largo y a lo ancho de todo el país la Policía Federal. Los policías, están por todos lados, husmean, olfatean, escuchan y perciben conclusiones del humor ciudadano. Luego, tradicionalmente, se envían escuetos informes a la Jefatura Central desde donde, una vez tamizados y ponderados, se remiten, vía Ministerio del Interior o de Seguridad, a la propia Presidencia.  Un trabajo más o menos parecido hace la Secretaría de Inteligencia de Estado.Se estima que un servicio de inteligencia interior es eficaz cuando, cada seis horas, envía información a la Presidencia. Se supone, que la más alta autoridad de la Nación no puede enterarse de los problemas por la lectura de los diarios. Claro que con el correr los tiempos las cosas se fueron degradando y tornándose exactamente al revés.Pero si encima, por razones de conveniencia política o lo que fuere, se provocan fenomenales zafarranchos en esas estructuras institucionales, descabezando sus cúpulas y  poniendo a todos los profesionales  -en particular los de la inteligencia- a la defensiva (e incluso publicando sus nombres reales en los diarios abandonando el necesario secreto de Estado que regula aquí y en cualquier parte esa actividad), semejante desbande hace que a la hora de procesar la información se confunda un elefante con una cigüeña.Y eso parece haber ocurrido ahora. La Policía Federal -cuyos principales comisarios se enteraron en los últimos tiempos, cada mañana, que se habían quedado sin trabajo o que tendrían que compartir el boliche con gendarmes y prefecturianos- entraron en una suerte de sálvese quien pueda dejando de lado, por las circunstancias o intencionadamente, un tema que en épocas electorales los convertía en estrellas: el acopio de información.Engolosinados, algunos encuestadores  pretendieron ocupar ese lugar olvidando que 47.000 hombres desplegados a lo largo y ancho del país no son precisamente veinte estudiantes de periodismo con una libretita en la mano preguntando tímidamente a la gente a quien va a votar. Y así salieron las cosas. Y un Gobierno sin información, corre el riesgo de ser nada más ni nada menos que el impulsor de una administración a ciegas.(*) Presidente del Consejo Editorial de Productora de Servicios Periodísticos SA (www.prosep.com.ar)