Panem et circenses

Aproximadamente en el año 100, hubo un poeta preocupado por la actitud política de su pueblo. El imperio ya vivía su apogeo; sin embargo, a... Por Cuarto Intermedio

Aproximadamente en el año 100, hubo un poeta preocupado por la actitud política de su pueblo. El imperio ya vivía su apogeo; sin embargo, a los ojos de Décimo Junio Juvenal, el pueblo romano había olvidado uno de sus derechos fundamentales; un derecho de nacimiento: el derecho a involucrarse en política.

(Cuarto Intermedio – 1 de agosto de 2011)- La práctica de pretender ganar la simpatía y apoyo (y el voto, en algunos casos) de los pobres a través de medidas populistas no era una novedad en el 100, sino que se remontaba unas cuantas décadas para atrás. Fue Gaius Sempronius Gracchus quien la inauguró, pero es Julio César a quien la historia recuerda como el personaje que magnificó esta perniciosa práctica. Fue el mismo general que se atrevió a cruzar el Rubicón quien, en su cargo de cónsul y dictador perpetuo, decidió vender trigo a precios muy baratos, y hasta distribuirlo gratuitamente con tal de obtener el afecto de la muchedumbre. El César; aquel personaje que se ubica como puente entre la República (donde el poder lo tenía el Senado) y el Imperio (donde el dominio era ejercido por el Emperador).Juvenal se caracterizó por el género satírico, y en la Sátira X escribió, años más tarde: “Hace ya mucho tiempo, de cuando no vendíamos nuestro voto a ningún hombre, hemos abandonado nuestros deberes; la gente que alguna vez llevó a cabo comando militar, alta oficina civil, legiones— todo, ahora se limita a sí misma y ansiosamente espera por sólo dos cosas: pan y circo”.Panem et circenses. En latín, pan y circo es una locución peyorativa que describe una práctica de gobierno que pretende, a través de alimento y entretenimiento, mantener tranquila -y achanchada- a la población. Pero, ¿es acaso una práctica anacrónica?La historia de los dominadores es la historia de pretender un pueblo aplacado y manso, que ni siquiera cuestione el por qué (ni el costo) de las mismas representaciones grandilocuentes, plagadas de ostentación y mito, que se realizan en su honor. El símbolo romano del circo fue (y es) el Coliseo, anfiteatro que ofrecía espectáculos de todo tipo, incluyendo la reconstrucción de pasadas batallas o mitología clásica. Per con el estómago lleno y el corazón contento, el ciudadano común, ¿por qué habría de preocuparse?Los siglos, los milenios han pasado, y la lógica desde el poder, pretende ser la misma. Lo único que cambian son los mitos y los anfiteatros. Hoy el pan continúa siendo el asistencialismo, que es noticia cada dos años (en tiempos de elecciones). Se moviliza a la gente por unos pocos pesos y alguna porción de alimento, y se pretende motivar el apoyo político a través de medidas populistas disfrazadas de legítimos derechos. La Asignación Universal por Hijo y los aumentos en las jubilaciones y pensiones, muchas veces reivindicadas desde estas mismas líneas, se ven completamente desdibujadas en la medida en que continúa habiendo inflación y se deteriora el poder adquisitivo de las madres y ancianos. En tanto se manipulen las estadísticas, la pompa que envuelve los anuncios oficiales no es otra cosa que un engaño encubierto. Ahora bien, ¿entonces qué hacer? ¿No fomentar, no celebrar estas medidas? Pues no. Son necesarias. Se deben atender las necesidades de los más desprotegidos. El problema no es ese; el problema es la lógica que subyace. Eso es lo que hay que cambiar.¿Y los mitos? Aquí la situación es mucho más transparente. Hoy, la batalla de Cartago se ha transformado en la fiesta del fútbol. Sí, un espectáculo masivo y popular, entregado a la población a costa de prioridades más importantes, con el solo efecto de sosegar las ansias populares. Hasta se facilita, desde el Estado, la financiación de las televisiones que alojarán el circo moderno. Pero, ¿importa si todavía hay pobreza? ¿Importa si hay déficit de viviendas y obras de infraestructura pendientes? ¿Importa si se alteran las reglas y los campeonatos para favorecer a los clubes más grandes?La respuesta es simple. No, no importa. O no lo suficiente.Sin embargo, como suele repetir un viejo amigo -filósofo, por cierto-, todo tiempo pasado fue peor. El pueblo ha crecido, y es sabio. Ha madurado, y está dando una lección de política a las clases dirigentes en su conjunto, que embriagadas en egoísmos coyunturales, continúan olvidando lo importante. Hay excepciones, claro. Pero el asunto es la lógica que subyace.Somos nosotros, el pueblo, quien quiere vivir mejor. Y en tiempos electorales, este afán aflora como nunca. Hay un aprendizaje histórico, que tiene la oportunidad histórica -nuevamente- de manifestarse, y de llevarnos a una mejor -y genuina- república.Además, es nuestra responsabilidad. Si no la ejercemos, como dijo Juvenal en otra de sus sátiras, “¿quién vigilará a los propios vigilantes?”