Empezó el 2012, y casi como si fuese de rigor, la mayoría de los habitantes de la república se relajan por un tiempito. Algunos, con el privilegio de tomarse vacaciones. Otros -aquellos que no pueden escaparle a la rutina laboral- acuden a un descanso mental embebido de una dosis de espiritualidad por las fiestas navideñas mezclado con feriados y asuetos.
(Cuarto Intermedio – 16 de enero de 2012)- Por eso, este período también sirve para reflexionar. Hay un poco más de tiempo para pensar sobre muchas cosas. Acerca del diagnóstico de cáncer que no fue cáncer, o bien intentar entender por qué volvemos a un régimen de importaciones un tanto arcaico. La decisión de los países sudamericanos de sostener la postura Argentina en el caso Malvinas aporta mucho a las emociones (el presidente chileno -de centroderecha- despeja, por ejemplo, a los conspiradores de siempre). Pero más allá de la coyuntura política, creo que hay espacio para comenzar a motorizar cierto grado de cambio cultural.Vayamos por partes. El ciudadano o ciudadana común, sin temor a equivocarme, mantendrá que en argentina nunca pasa nada. No pasa nada si alguien tira un papel al piso, o si no levantan los excrementos de su perro. O si alguien fuma dentro de un edificio público, levanta un molinete, corta una calle o bloquea una planta. No pasa nada si los poderosos -políticos o empresarios- presentan declaraciones juradas de dudoso origen, o hacen demasiados negocios cerca del poder. O que todos sepan que hay mafias en los estadios que cobran por el estacionamiento en la vía pública y que nadie haga nada. Nunca pasa nada, ¿no? Y siempre el problema es ajeno.Más aún, un intelectual reconocido, llamado José Pablo Feinmann, sostuvo en una entrevista “que Néstor y Cristina hayan afanado me molesta, pero eso no arruina lo que hicieron”. O sea, que sigue vigente la aceptación popular (validada ahora por quienes piensan sobre la moral) a que los políticos roben mientras hagan algo. ¿Cuántas veces hemos escuchado que “los peronistas no son santos pero saben gobernar”?El tema está en nuestro ADN, es cultural. Y hay que comenzar con el cambio. ¿Por dónde se empieza? Por el principio. Casualmente, y a modo de ejemplo, hay dos iniciativas del gobierno de la ciudad que merecen ser rescatadas. Una de ellas, los operativos para despejar de la céntrica calle Florida a los llamados manteros, que venden mercadería de dudoso origen y cuanto menos compiten deslealmente. La otra, la propuesta de separar los residuos húmedos de los secos en origen, de manera de tender hacia donde va el mundo; menos residuos y más reciclaje, a favor del medio ambiente.A pesar de que pueda parecer difícil, este tipo de iniciativas deben ser apoyadas, por más que sean pautas culturales que vienen desde hace mucho tiempo. Después, que no digan que los gobiernos no hacen nada, o que nos complican la vida. Somos nosotros los que debemos cambiar y actuar de otra forma. Y aquellos que comunican, también, como el matutino La Nación, que deberían revisar el uso del lenguaje. Tras un episodio en el Dakar, en el que un piloto brasileño se retiró luego de confesar haber hecho trampa, el mencionado periódico, en el copete de la nota, escribió, citando al piloto, “Sé que nadie me ha visto, pero he hecho esto. La honestidad es mi prioridad y mi única motivación”, afirmó “en un gran acto de honestidad”. ¿Gran honestidad? ¿Acaso la hay pequeña?El lenguaje dice mucho. Por eso, tal vez sean un buen momento para abordar el cambio cultural por el lado de lo que decimos. Si uno piensa en lo que va a decir, se detiene -en segundos, claro- y reflexiona si es correcto o no. Quizá, la próxima vez que vayamos a pedir prestada una silla en un restaurante, decidamos abandonar el viejo y conocido “¿te puedo robar la silla?” por un simple “la veo vacía, ¿no me la prestarías? Y que eso sea el comienzo de todo. Después de todo, ningún dirigente viene de un repollo.