Pegarle a quién está débil, o aparenta estarlo, parece ser el deporte preferido de los medios de comunicación en los últimos tiempos.
(Cuarto Intermedio – 11 de marzo de 2010)- Por todas partes escuchamos el término reservas, al punto de sentirnos cuasi expertos en política monetaria (saber de todo, un mal argentino). Vivimos las negociaciones en el Congreso como partícipes de las mismas. Sin embargo, a pesar de haber tenido cobertura, no hemos planteado, como sociedad, un debate profundo sobre aquellas actitudes, visitas y palabras que siembran el odio, las divisiones, y avivan los peores resabios del ser humano.
La visita de Luis D’Elía y de su mujer, la diputada bonaerense Alicia Sánchez (junto con otros individuos que representan a pequeñísimos sectores de la sociedad), despierta suspicacias. Según trascendidos, a raíz de una invitación para concurrir a las celebraciones correspondientes al aniversario de la revolución islámica, D’Elía viajó a Irán. ¿Qué tiene de malo, pensará el lector? Pues nada, en tanto se trate de cuestiones culturales, turismo o alguna otra causa noble. El asunto es que, provocador y cínico, aparentemente este señor se reunió con funcionarios de la administración de aquel país, y particularmente con uno, cuyo nombre es Moshen Rabbani.
Vayamos a los hechos. El presidente de Irán, Mahmoud Ahmadinejad, niega rotundamente el holocausto (genocidio que se cobró la muerte de millones de personas, entre ellos seis millones de judíos asesinados sistemáticamente), y ha organizado “conferencias” donde panelistas “expusieron” sus versiones que justificaban la negación de la matanza mejor documentada de la historia. Moshen Rabbani, ministro del régimen iraní, antes agregado cultural de su embajada en Buenos Aires, está señalado por las pruebas recogidas como el principal sospechoso de haber facilitado y coordinado el sangriento atentado a la AMIA, que en 1994 se cobró la vida de 85 argentinos. Y tiene un pedido internacional de captura por Interpol, nada menos.
D’Elía, quien se proclama como líder social y ocupó diversos cargos menores en la administración pública, entrevistó en su programa de radio a Rabbani, y sostuvo que para él, este sujeto nada tiene que ver con el caso. Agregó, también, que detrás de la investigación existen intereses sionistas (¿?). A no olvidarse: Rabbani está prófugo de la justicia argentina, acusado de ser un nexo fundamental en el vil asesinato de 85 argentinos.
D’Elía promueve las divisiones y el resentimiento. Su frase “odio a la puta oligarquía” es, a esta altura, archiconocida. Sus actitudes y demás declaraciones pretenden segregar a la sociedad entre “nosotros” y “ellos”. Quizá crea que esta estrategia puede serle redituable en términos electorales, como lo es para Chávez en Venezuela o como lo fue para Perón cuando promediaba el siglo pasado. Lamentablemente, hemos llegado al punto de escuchar, en radio 10, un mensaje de un oyente que le demandaba efusivamente a Alberto Nisman, fiscal de la causa, definirse sobre si era judío o argentino. Lo mismo ocurría en la Alemania nazi de 1935. Había que definirse, había que coserse una estrella de David amarilla para que los judíos pudiesen ser fácilmente identificables. ¿Deberá Nisman coserse una estrella a su saco?
Tanto Cristina Fernández como Néstor Kirchner han sido muy claros en este asunto. Ambos han declarado en foros internacionales la necesidad de llevar a la justicia los sospechosos de este crimen, y han abogado y colaborado con la investigación en pos de resolver la investigación. A la luz de los hechos, quizá faltó una respuesta y condena contundente de parte de la Presidenta, pero como dije más arriba, pegarle al débil evidentemente resulta más importante que plantear debates de fondo, que hacen a la esencia de nuestro país.
El problema no es D’Elía. El problema es que miremos para otro lado cuando debemos ser firmes y claros. La discriminación y el odio son enfermedades, que como tales, se manifiestan a través de síntomas antes de cooptar al cuerpo y destruirlo lentamente. La Argentina siempre fue un país que recibió en paz a las tres grandes religiones. No debemos dejar que estos venenos nos contaminen. Para eso, es menester plantear estos temas de manera profunda, y explicar el por qué.