Evaluación del gobierno de Cristina

Cristina Fernández asumió bajo la herencia de Néstor Kirchner.  Recibió el  legado de una economía con la fuerza de una locomotora, la ventaja de no... Por Cuarto Intermedio

Cristina Fernández asumió bajo la herencia de Néstor Kirchner.  Recibió el  legado de una economía con la fuerza de una locomotora, la ventaja de no contar con una oposición organizada; y con legitimidad electoral duplicada.

  La presidenta heredó una creciente puja distributiva que tenía a la inflación como uno de sus instrumentos, a veces inevitables, pero siempre amenazantes del salario y la cohesión social. La evolución positiva de la disminución de la pobreza se ha detenido, y no hay mucho margen para el reparto de la torta, salvo, que desembarquen fuertes inversiones.  Se pronosticó que con Cristina comenzaría una etapa de mayor institucionalidad, comunicación y cambios en ciertos alineamientos regionales e internacionales. Pero, por ahora lo receptado domina la escena, y la pelea por la renta nacional adquiere mayor virulencia. Parece que el cambio de estilo ha quedado suspendido.   El Estado Nacional concentra gran parte de la riqueza que se genera, en función de sus objetivos dirigidos al distribucionismo y/o para amenguar la deuda externa. Ambos  pueden llegar a ser verdaderos dilemas si el conflicto social se encrespa, y se agregan los reclamos sectoriales y un incremento del centralismo en desmedro del federalismo. También, aunque con menos visibilidad local, los organismos multilaterales presionan.  Cuando el gobierno elige la confrontación como modo de la política cierra filas hacia adentro, pero pierde hacia afuera en cuanto a la concertación, y encrespa a las clases medias que quieren vivir el día a día y no se suman a la epopeya reformista. Es verdad que detrás de intereses legítimos sectoriales hay grupúsculos de restauración autoritaria, pero no tienen poder; salvo que en el espanto uno le asigne más de lo que pueden.  El conflicto con el campo, que se extendió durante 20 días, dejó secuelas negativas para la administración, y afectó como nunca la interioridad del horizonte oficialista. Una parte del peronismo crujió ante las diatribas del gobierno contra los ruralistas. Ahora, creer que el poder kichnerista está anémico, es un error, como suponer que las cacerolas son golpistas. A los argentinos nos gusta jugar con los fantasmas, por eso no los  enterramos. La controversia con el sector rural mostró ausencia de cintura política, y su visión unívoca solo sirvió para unificar al adversario. Y perdió la batalla mediática, cuando las cámaras no mostraban a la oligarquía sino a pequeños y medianos productores que encabezaban los piquetes. La mayoría de la opinión pública se volcó a favor de los ruralistas. Recién cuando el gobierno salió a explicar; y apareció el fantasma del desabastecimiento se redujo la pérdida.  El estilo de comunicación oficial sigue siendo radial; y repite aquel dispositivo de la dialéctica amigo-enemigo; inclusive con el agregado de enemigos inexistentes. La paciencia y la templanza valorizan al príncipe ante quien tira piedras. Y perder dichas virtudes juega a favor del adversario.   Este gobierno sigue estando sólido, pero lo que pasó no es poco. Sacudió la penetración del kichnerismo entre sectores medios y bajos del interior, y se rompió cierto adocenamiento de gobernadores e intendentes. Para muchos, incluidos funcionarios, el conflicto llegó demasiado lejos por propia impericia oficial. Las decisiones demasiado concentradas favorecen muchas veces el error de apreciación.  Afortunadamente para el gobierno, no había ninguna figura ni organización relevante de la oposición como para capitalizar el conflicto; pero la presidenta deberá retomar la iniciativa en los asuntos públicos.