Podría decirse más astuto, perito, inteligente. Lo cierto es que en estos dos siglos se ha movido mejor que nosotros, aunque mediaron períodos en los que la Argentina estuvo, lejos, muy adelante. Por Alberto AsseffPresidente de UNIRUnión para la Integracióny el Resurgimiento
(Cuarto Intermedio – 30 de julio de 2009)- Estas reflexiones no son materia de las ciencias exactas. Por tanto, son eminentemente opinables. Por eso me atrevo a sentar una premisa: Brasil es más nación que nosotros a pesar de que es más diverso, étnica y geográficamente.
El corazón del Amazonas está distante de Porto Alegre casi como dos mundos diferentes. Sin embargo, interactúan como si fueran miembros del más depurado cuerpo orquestal.
Brasil, de entrada, apostó más a lo americano que a lo europeo. Tuvo querellas con Holanda y con Francia por territorios de la zona amazónico-atlántica. Optó por EE.UU. casi proféticamente, relegando a la entonces primera potencia, la vieja Inglaterra.
Brasil, desde siempre, mediante obra coronada por el barón de Río Branco -canciller de 1902 a 1912-, se dedicó a las fronteras. Tanto que este prohombre dijo algo sencillamente espectacular en su testamento: "Yo terminé las fronteras del Brasil; los brasileños harán las de Sudamérica".
Para esa vocación fronteriza no ahorraron sagacidad, tenacidad y hasta artimañas. Así, se quedaron con media Misiones nuestra – con eje en el río Iguazú – y también con las otras Misiones, las Orientales, con cabeza en San Borja. Y con nada menos que el remoto territorio altoperuano de Acre para citar un caso emblemático del apetito por la extensión.
Disputaron a la Banda Oriental de modo contumaz hasta lograr que una provincia fundadora del la nación rioplatense se segregase. Intervinieron en la caída de Rosas con una meta central: la independencia de otra provincia, el Paraguay. Este es un caso disímil al de Montevideo, pero en esencia fue también una mutilación.
Suele sostenerse que la división política colonial conspiró contra la unidad postrera del ex Virreinato. No obstante, el mapa político que fijó Portugal en Brasil preindependiente no fue sustancialmente distinto. Pernambuco o Bahía, por caso, no eran ni más ni menos que Cochabamba o Charcas en cuanto a modalidad de gobierno. Brasil mantuvo su unidad y triplicó su superficie. En contraste, nosotros posibilitamos la autodeterminación de la mitad de la heredad del 25 de Mayo de 1810 y si no fuese por la proyección hacia el polo sur hoy seríamos un país más, casi mediterráneo.
Desgraciadamente, Buenos Aires reputó a la extensión territorial como un maleficio que conspiraba contra el objetivo de civilizar velozmente. Rivadavia lo dijo sin circunloquios: “a Buenos Aires le conviene replegarse sobre sí misma”. Fue cuando le retaceó apoyo a San Martín, que se hallaba en Lima. Sarmiento lo ratificó luego: “el mal es la distancia”.
Los norteamericanos son paradigmáticos en esto de las fronteras. No sólo por la colosal expansión desde la franja atlántica, estrecha, con la que se iniciaron, hasta alcanzar Oceanía, sino por cómo buscan nuevos horizontes cada vez que requieren renovar su impulso. Kennedy, por ejemplo, para remotivar a los EE.UU., promovió “la nueva frontera” aludiendo a otro trato con los americanos del sur. Además, ¿qué otra cosa que esa apetencia inagotable de despliegue es la incursión por el espacio sideral?. Ratzel, geógrafo por antonomasia, expresa que la vitalidad de un pueblo se mide por cómo trata a la frontera, qué grado de instinto valorativo posee a su respecto. A juzgar por lo postergadas que están las nuestras hoy en día podríamos afirmar que nosotros las ubicamos como la parte trasera. Sin embargo, otro modo de ver determinaría que fueran lo que son, los pórticos de entrada, los escaparates de la Argentina. Una misma cosa, dos ópticas antitéticas. Así son los análisis reflexivos, nada matemáticos.
Brasil tuvo un devenir casi exento de traumas. El nuestro prácticamente fue -¿es?- una pugna inacabable.
Empero, lo más decisivo de la asimetría entre nosotros y el vecino se radica en la relación con Washington. La Argentina confrontó fuertemente y lo hizo con los conservadores y todos los sucesivos gobiernos. En una reunión Panamericana, los EE UU nos temían. Nuestro orgullo se henchía. Los brasileños, en contraste, ya por entonces, segunda mitad del s.XIX, se alineaban con los norteños. Nuestro país siguió con su neutralidad fogoneada por Londres que de ese modo hacía pie en el Cono Sur junto con buenos negocios y se garantizaba el abastecimiento en los lapsos bélicos. Todo parecía marchar sobre rieles hasta que 1945 no sólo fue el fin de la 2a. Guerra, sino el cambio de hegemonía. De Londres a Washington y Moscú.
Brasil se asoció anticipatoriamente al futuro. Nosotros, menos osados, nos ligamos al presente de la época. Y nos quedamos anclados.
Todo el oro que ganamos en los años de neutralidad pro inglesa, lo perdimos en la nueva época de predominio norteamericano. Fue Washington el que lanzó el Plan Marshall y también quién dijo a quién comprar con esos fondos y a quién no. Nosotros estuvimos entre éstos. Interfirieron, así, en la industrialización pesada. Para colmo nos congelaron y declararon inconvertibles nuestros créditos. Para recuperarlos tuvimos que comprar sobrevaluados a los viejos ferrocarriles para que los vendedores, esa noche de la compraventa, festejen con alborozo en el comedor del Plaza Hotel. Ferrocarriles que serían estatales al vencimiento inminente de la concesión.
Brasil impulsó su industria desde 1945 en el preciso momento que nosotros comenzamos a debilitar nuestra economía. Ellos entraron en una dinámica que los condujo a la 6ta. posición mundial y nosotros en un retroceso que nos ha relegado.
Inclusive nosotros tuvimos nuestro Arturo Frondizi y ellos su Juscelino Kubitschek, dos estadistas parecidos en el origen inmigratorio y en lo intelectual. El nuestro, propulsando el desarrollo, el de ellos, “50 años de progreso en 5 de gobierno”. Frondizi hizo algo, pero los 32 planteos militares y el golpe final truncaron, junto con sus propios yerros, una posibilidad. Juscelino, en cambio, fue formidable. Hasta trasladó la capital a Brasilia, una decisión de mayor cuantía, destinada a corregir el deformante Brasil costero.
Quizás el saldo a 2009 deja mucho acíbar: ellos son optimistas y ganadores. Nosotros, embargados por el pesimismo, con horizonte más que nublado.
La Argentina hizo memorables desarrollos en estos 200 años. Fue esplendente. No caben desalientos ni nos es permitido debilitar nuestro orgullo de pertenencia. Estamos desafiados a reencaminar a nuestro país a partir de una visión menos litigiosa adentro, más integradora de la voluntad y energías nacionales.
Estamos a tiempo para ser más y mejor nación y, ¡claro está! , dotarnos de más expertos dirigentes. Estas líneas no son para autolacerarnos, sino para estimular nuestra sana vanidad Argentina. Eso sí, ¡nada de rivalidad con los brasileños!. A ponernos en línea con ellos, para crecer juntos.