“The lesson of history, the authors argue, is that you can’t get your economics right if you don’t get your politics right”. Traducido al español, esta cita puede leerse así: la historia enseña, sostienen los autores, que uno no puede tener la economía bien si uno no tiene la política bien.
Los autores a los que se refieren estas líneas son Daron Acemoglu, economista del MIT, y James A. Robinson, politólogo de Harvard. Y su trabajo se titula “Why Nations Fail” (“Por qué las naciones fallan”).
La clave, según los autores, está en las instituciones, tanto políticas como económicas. Allí radica la diferencia entre las naciones exitosas y aquellas que fracasan. Las que triunfan y logran mejorar la calidad de vida de sus habitantes, son las que desarrollan instituciones “inclusivas”; esto es, instituciones económicas que protegen los derechos de propiedad, crean un campo con reglas de juego parejas e incentivan inversiones en actividades relacionadas a nuevas tecnologías y a capacidades que conduzcan al crecimiento económico. Las que naufragan, en cambio, son las naciones cuyas instituciones son “extractivas”; armadas de manera tal que extraen recursos de la mayoría para concentrarlos en unos pocos.
Las instituciones económicas inclusivas, a su vez, están sostenidas y sostienen a las instituciones políticas, conjugando la distribución de poder y el pluralismo con la concentración necesaria para garantizar el cumplimiento de la ley y el orden, como así también los derechos de propiedad y una sana economía de mercado. Por el contrario, las instituciones políticas extractivas concentran fuertemente el poder, logrando mantener las mencionadas instituciones económicas extractivas.
¿Cuál es la diferencia, entonces, entre los países de Europa del Este y Georgia o Uzbekistán, siendo que todos eran miembros de la Unión Soviética hace más de 20 años? ¿Por qué Israel es mucho más exitoso que los países árabes que lo rodean? ¿Qué hace mejor a Kurdistán del resto de Irak?
La clave está en las instituciones. El petróleo o ayuda internacional es una mera consecuencia.
Los autores plantean que el crecimiento económico sostenido requiere un elemento crucial: la innovación. Pero plantean que la innovación se logra a partir de un proceso que denominan “creación destructiva”, que reemplaza lo viejo de la realidad económica con lo nuevo, cambiando (y desestabilizando) las relaciones de poder establecidas en la política.
Es cierto que la Argentina ha crecido mucho en la última década, y que han habido avances en el campo de la institución presidencial, el desendeudamiento, la Corte Suprema de Justicia y los derechos humanos. Pero siguiendo la línea de los autores en cuestión, ¿nuestras instituciones (con excepción de la Corte) están mejor? ¿Nos estamos diferenciando para bien de nuestros vecinos, léase Brasil, Chile, Uruguay, Perú?
En otras palabras, ¿protegen nuestras instituciones económicas los derechos de propiedad, mantienen las reglas de juego y crean incentivos para inversiones en tecnología? Y en lo político, ¿tenemos una sana distribución de poder y pluralismo, junto con una concentración que permita mantener el orden y la tolerancia?
El desenlace del Correo y las AFJP, la hostilidad con YPF, el cambio constante en la normativa vigente (sistema cambiario, Banco Central), son unos pocos ejemplos que hablan por sí solos. La concentración de las decisiones en manos de una mesa muy chica, el aumento del centralismo, los amigos que se vuelven jueces y el total descontrol de la seguridad, también.
Estas líneas, basadas en un artículo de Thomas L. Friedman, publicado en The New York Times, sólo pretenden contribuir a la reflexión de un tema que es poco tratado. Un tema importante.