Una reflexión sincera puede ayudar en esta hora bisagra. Los países tienen momentos de su vida que son encrucijadas. Se cruzan caminos y hay dudas sobre cuál tomar. Este 2015 es uno de esos entrecruzamientos.
La Argentina es consciente de que debemos cambiar, pero no sabe cuánto y sobre todo se vuelve incierto si la mutación no será un paso en falso que empeore la vida colectiva. Hoy la primacía absoluta la detenta la incerteza.
‘Cambio justo’ parece ser el preciso, es decir el que necesitamos y el que tiene su cota, su límite. Ni revertirlo todo ni dejar las cosas intactas. El cambio justo requiere de mucho arte y de inmensa pericia. Empero, lo embarga una notoria dificultad: no es motivante porque da la sensación de hibridez. Es lo que se llama insípido. Además, es difuso. Le cuesta obtener identidad y por ende no convoca suficientemente. No llama.
Continuidad con cambio tiene el atractivo de dar seguridades y expectativas. La gente es muy reformista y transformadora oralmente, pero a la hora de decidir se torna conservadora. Es que se juegan no sólo las perspectivas materiales, sino la propia paz social.
Cambio rotundo asimismo tiene sus seguidores, esos que no toleran la prosecución de un populismo tan falso como ruinoso, especialmente para el pueblo llano, a ese que se invoca para presuntamente ‘incluirlo’, pero que en realidad de lo ancla en un destino indigno. Pero, tan categórico genera hondas dudas.
La Argentina, a horcajadas de tantas cíclicas frustraciones -o, peor, colapsos- se ha vuelto no sólo conservadora, sino demasiado conformista, a pesar su peculiaridad de quejosa cotidiana. Por eso, en general la precampaña proselitista se caracteriza por propuestas de baja intensidad. Todo lo estratégico está fuera de la agenda o se toca de soslayo. Quizás, lo único de largo alcance que se ha enfatizado es la cuestión de la ‘calidad educativa’ y su extensión a las salas de tres años -¿por qué no ya mismo las de dos?- El discurso restante es coyuntural y muy desmotivante. De vuelo bajo, en un país que necesita levantarse.
El pueblo teme un cambio profundo, pero intuye que si no se produce, pasará lo mismo de siempre, que cada diez años nos golpeará una enorme crisis de la que volveremos a recuperarnos. Es la ecuación del estancamiento que en rigor es la decadencia de medio siglo que sufre nuestro país. No avanzar es retrogradar. Antes fabricábamos vagones; ahora los importamos ‘llave en mano’. Otrora éramos el país de la carne y el trigo; hoy México nos supera.
La propuesta electoral debe estar reforzada por equipos técnico-profesionales. Pero también se requieren pensadores. El técnico sabe cómo encarar un problema del momento. El pensador sabe cómo evitar los problemas en el futuro. El técnico posee pericia para superar la situación compleja aquí y ahora. El pensador está analizando el escenario a treinta años vista y por ende es eminentemente preventivo. Prevé, algo mucho más complejo que ver.
Existen factores propicios en esta actualidad. Los principales precandidatos son moderados. Hoy no se pide un discurso exasperado o vehemente, sino temple, firmeza, equipos y objetivos ambiciosos. Hoy la ambición deseable no es la del postulante, sino la de la propuesta. Tan morigerado es el cuadro de situación que tiene más adeptos proclamar que la Argentina será vasalla de la ley que anunciar grandes cambios normativos. Permítaseme exhumar un planteo de Yrigoyen de hace más de un siglo: “Mi programa es cumplir la Constitución”. Nos podríamos ahorrar centenas de palabras si fuéremos capaces de otorgarle fuerza y credibilidad a esa promesa de cumplir la Constitución. Allí está todo lo que hay que hacer, desde promover el Desarrollo y el bienestar hasta proveer a la Defensa común, pasando por la Justicia independiente.
Sufrimos otro grave obstáculo: a la Argentina se la conduce asida de la mano estatal. Apenas se le suelte un poco la rienda y se confíe más en ella -con el Estado auxiliándola, pero no asfixiándola- el país será otra vez asombroso.
Me parece que el peor mal que padecemos es que estamos apichonados y descreemos que la Argentina pueda erguirse. Si el país se pone de pie, al unísono todos así estaremos, confiados en el porvenir.
Un país con nuestros recursos no puede tener más de un millón ‘ni-ni’ -no estudian ni trabajan y tienen entre 15 y 29 años-. Esto no es una hipoteca, sino prenuncio de un tsunami.
Debemos abandonar urgentemente la política barata que nos sale muy cara. Buscamos la ‘diagonal del medio’, esa que se aparta simultáneamente del elitismo y del populismo. Al instante que esa ‘diagonal’ sea visualizada como la genuina vía, el horizonte se aclarará rápidamente.
*Diputado nacional. Partido UNIR- Frente Renovador.