Pasaron más de trece años y los vestigios de aquella infundada campaña todavía perduran. Si bien la Justicia se encargó de poner las cosas en su lugar tras haber sido sometido a una suerte de “fusilamiento mediático”, hoy en día la vida también se está ocupando de aquellos que por verborragia o vaya a saber por qué, se montaron sobre esa mentira.
Por aquel entonces y como ya se ha relatado al respecto en sendos artículos (Bercún-La Nación: la mentira tiene patas largas; Caso Bercún-La Nación: fallo recomienda al matutino publicar la inexistencia del hecho denunciado), en el año 2002 se involucró mi apellido en una seria denuncia de pago de sobornos en el Congreso nacional luego de que una senadora nacional por Tucumán, Malvina Seguí, me apuntara como el responsable de haber protagonizado tan repudiable acción.
“De acuerdo con los banqueros y diplomáticos, la Asociación de Bancos Argentinos (ABA) fue contactada por un individuo conocido por este organismo con una oferta de detener legislación a cambio de un pago de efectivo no especificado”, había escrito un desconocido periodista inglés llamado Thomas Catán que reportaba para el Financial Times, y del que la ex legisladora tucumana tomó como su principal fuente para ponerle nombre y apellido a esa historia que, insisto, la propia Justicia determinó que nunca formé parte de ella.
Ahora bien y observando en retrospectiva el raid mediático que luego se sucedió a partir de eso y que encabezó el diario La Nación evidenciando una clara intención para colocarme como el único “imputado” de aquel invento, recordé a un personaje que, subido tal vez a esa “ola desinformativa” que me azotaba en aquellos años, se refirió públicamente hacia mí de manera socarrona.
“Paren, paren, que yo no soy Bercún ehh”, había dicho entre risas el periodista Fernando Niembro durante la transmisión de un evento deportivo mientras conversaba con sus compañeros en ese marco. Desde ya que esa expresión me llamó poderosamente la atención puesto que nunca tuve trato personal con el hoy multi investigado candidato a diputado nacional del PRO, ni tampoco -tengo entendido- sabía sobre mi actividad profesional.
¿Pudo esa expresión haberla pronunciado a raíz del mancillamiento que sufrió mi apellido a partir de los numerosos artículos que publicaban, entre otros, el diario La Nación? Puede que sí, pero… ¿con qué necesidad? ¿Con qué necesidad de hacerlo abiertamente como si supiera si era real de lo que se me estaba acusando? Como dije anteriormente, Niembro no me conocía ni tampoco yo a él.
Me pregunto cómo se sentirá esta persona -en el caso que sea inocente- que hoy en día se encuentra en el ojo de la tormenta tras recibir un importante número de denuncias en su contra por presuntas irregularidades que habría cometido una ex empresa suya; y también me pregunto cuáles serían sus sensaciones de ver como su apellido, día tras día, viene siendo asociado a hechos de corrupción.
Sobre mi actividad profesional, tanto en la función pública (fui subsecretario de Relaciones Institucionales en el Ministerio de Economía) como en la privada (poseo una consultora) nunca recayó una verdadera denuncia. Aun así, me señalaron antojadizamente y muchos fueron los que me acusaban o, como Niembro, se burlaron sin indagar acerca de que todo eso fuera verdadero.
Según dicen, tarde o temprano, el tiempo se ocupa de poner las cosas en su debido lugar: la Justicia concluyó que hubo inexistencia de delito en la causa que me involucraron, y hasta le indicaron al mencionado matutino porteño que tanto me difamó durante dos meses ininterrumpidos a que publique en sus páginas las conclusiones de ese fallo. Si bien esto último aun no sucedió por los tiempos judiciales, está encaminado a que así sea.
Por su parte Niembro sigue acumulando pedidos de explicaciones no solo desde la oposición, sino que también hasta algunos integrantes de la alianza que forman parte su partido sugirieron que aclare su situación personal.
Esta a las claras que las dudas hacia el periodista deportivo no le escapan a propios y ajenos de su círculo y que nadie pero nadie, según parece, quisiera ser Niembro.