Ganó la esperanza. Su triunfo fue estrecho porque el temor se había extendido. La inmensa mayoría del país anhela un cambio, pero si infunden y difunden que esa mutación nos conduciría a un insondable escenario de pérdida de derechos, las necesarias transformaciones son desplazadas por el instinto de conservación.
En rigor, los autodenominados ‘progresistas’ tienen una esencia paradojalmente situacionista. Tienden muchísimo más a la inmutabilidad que a la modificación de la realidad.
La Argentina exige transmutar en todos los campos, incluida la ciencia y tecnología. En esta área se ha logrado un avance que ameritó la continuidad del ministro, pero sigue pendiente invertir muchísimo más en investigación y desarrollo -en un solo haz privado-público y no únicamente estatal- y en patentes. Porque si incorporamos conocimiento, pero no lo patentamos vamos a pagar regalías por nuestro propio trabajo científico e investigativo. Debe promoverse el patentamiento, sea en el Conicet, universidades, empresas.
No tenemos buen futuro con esta educación degradada. Campeones en ausentismo de docentes y de alumnos, al tope en deserción y con una creciente violencia intraescolar, los cambios son imperiosos, introduciendo el método siempre eficaz de premios y castigos. Nuevos contenidos y formas hacia la educación de calidad para erigirla en motor del desarrollo.
No se tolera más la obsolescencia e insuficiencia de la infraestructura vial, energética, de transporte y de todos los planos. Necesitamos el ‘Plan Belgrano’ para el Norte, el ‘Plan San Martín’ para el área Metropolitana y el Plan Austral para la Patagonia, incluyendo el estímulo para la radicación de nuevas poblaciones. Requerimos un vasto Plan Nacional para modernizarnos.
La buena política -la servicial del bien común, la que en vez de problemas trae soluciones – exige reformas, desde el Tribunal de la Responsabilidad -responder por lo hecho y lo dejado de hacer, en el marco de las promesas de campaña- hasta el límite a reelecciones, pasando por un tope para salarios burocráticos abriendo espacio presupuestario para obras y sin omitir la boleta única -electrónica o papel-, la política necesita un bisturí que le extirpe degeneraciones y la remodele. La policía debe abuenarse con la ciudadanía.
Hay que reentronizar la cultura del pacto a la luz del día para acordar Políticas de largo aliento y superior mira. La ausencia de diálogo es la antipolítica y así deberá ser cívicamente condenada.
Un cambio formidable será regresar a la cultura del trabajo, esa que dignifica en lo humano y social y forja la grandeza material, personal y colectiva.
Otra fenomenal transfiguración será amigarnos con la ley y su plena vigencia. La Argentina no necesita otro ‘milagro’ que ley, educación y trabajo.
Por supuesto que un capítulo grueso y largo demanda la Justicia. Tiene que apearse definitivamente del papeleo e ir al hueso, es decir buscar y dictar justicia. Para ello hay una brújula que la orientará: no a la impunidad, hoy ama y señora en el país. La punidad también obrará cual trascendental cambio.
Existe mucho más, pero, en síntesis, la esperanza asimismo recala en la búsqueda de la idoneidad en todo, sea en el ámbito público como privado. La capacidad personal es movilizante del esfuerzo y de la profesionalidad. Si todos ocupásemos el lugar para el que nos preparamos con dedicación y tenacidad y lo ejerciésemos con entusiasmo y pericia, la Argentina sería más vivible, nos llenaría de sano orgullo y nos aseguraría eso que todos los pueblos piden, el futuro.
El 22 de noviembre la esperanza se impuso al miedo. Fue por poco. Está en nosotros que ese día hayamos iniciado un ciclo superador, sin vuelta atrás.
*Diputado nacional y del Parlasur.