Archivemos el deterioro

Nuestro país puede llegar a ofrecer experiencias maravillosas. Todavía no es posible viajar en el tiempo subiéndose a una máquina, pero me animo a decir... Por Cuarto Intermedio

Nuestro país puede llegar a ofrecer experiencias maravillosas. Todavía no es posible viajar en el tiempo subiéndose a una máquina, pero me animo a decir que sí lo es, si uno decide caminar por algún rincón de la misteriosa Buenos Aires (como solía decir Manuel Mujica Láinez), y adentrarse en un edificio particular.  

(Cuarto Intermedio  – 9 de septiembre de 2009) – Esta fue la experiencia que viví mientras caminaba por la calle Leandro N. Alem al 200. Yendo en dirección hacia la Casa Rosada, tenía a mi izquierda el majestuoso Palacio de Correos (que hoy alberga a la Secretaría de Comunicaciones y se transformará en un centro cultural de cara al bicentenario de la Revolución de Mayo de 1810), cuyo diseño original es francés y data de 1888. La sensación era la de una caminata parisina. Y a mi derecha, en Alem 246, mi destino final. El Archivo General de la Nación.

La sensación de estar en París no cambió al entrar al fantástico edificio. Más aun, al comenzar a consultar el material, se disparó una aventura distinta. Viajar en la historia misma de nuestra Nación.

Fundado en 1821 por Martín Rodríguez y Bernardino Rivadavia, el Archivo posee documentos que datan de 1600 y llegan hasta nuestros días. Incluye numerosos contenidos del Virreinato del Río de la Plata, el informe sobre el reparto de Indios de Juan de Garay, las cartas privadas de Perón o un video del velorio de Hipólito Yrigoyen. Tiene más de doce kilómetros de estanterías con documentación escrita, casi un millón de placas o fotografías, mil horas de audiovisuales y casi dos mil voces grabadas (entre ellas, por ejemplo, la de León Tolstoi).

Entre todo este material, me interesé por los hospitales de alienados, hoy conocidos como hospitales neuropsiquiátricos. Las fotos encontradas son testigo del sistema de salud del año en que fueron tomadas, y del cuidado con que los pacientes y edificios eran tratados en las primeras décadas del siglo pasado. Quedé realmente asombrado: casi nada de lo que vi se asemeja a lo que hoy se puede encontrar en los hospitales públicos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Entonces, caí nuevamente a la realidad. Mi reflexión no es contra la calidad humana de médicos, enfermeras y camilleros (que estoy seguro trabajan día a día con fenomenal vocación), sino que apunta a la desidia, el olvido y el desinterés de una sociedad y su Estado por su propia historia y su propio patrimonio cultural. Según un ex director del Archivo, los problemas son graves. Cuando llueve entra agua, se inundó el sótano, el edificio está colapsado y en pésimo mantenimiento. Es notable el contraste que nuestro Archivo tiene con su par en los Estados Unidos, por ejemplo, en donde lejos de tener edificios valiosísimos en un estado calamitoso, conservan un archivo totalmente digitalizado, con sedes descentralizadas, catalogado para el interés particular de cada uno, con muchísimas actividades y al alcance de todos (Nacional Archives and Records Administration en www.archives.gov).

Inmerso nuevamente en la realidad de Buenos Aires, pensé lo bien que lucían el Borda y el Moyano en aquella época. Lástima que unas cuantas décadas más tarde, estos mismos centros de salud siguen atendiendo las mismas (o mayores) necesidades, y como muchas cosas en nuestro país, parece que a nadie le importa.

Al salir, me di cuenta de lo lejos que estamos de París, pero tuve una fuerte sensación de coherencia. El estado actual del Archivo, ¿no es acaso otra cosa sino el fiel reflejo de nuestra historia?