Hace pocos días, tuve un intercambio interesante con mi hermano. La conversación giraba en torno a la calidad de sonido de las distintas tecnologías. Pendien, un gran músico, y 11 años menor que yo, sostenía con mucho ahínco que el sonido que emana un tocadiscos es mucho mejor que el que proviene desde un CD.
Su argumento era muy sencillo, aunque no tan claro. “El sonido del tocadiscos es mucho mejor, más puro. Escuchar a Dylan en un vinilo es como estar ahí, en el recital, a metros de su mítica guitarra”. Por el contrario, yo sostenía -con mi habitual vehemencia- que sus argumentos sonaban poco contundentes, aunque en realidad no es esa la palabra que los definen. Eran románticos, argumentos románticos.
Pendien, inspirado en su hermano Leoncito, fue muy meticuloso. Sin perder cuidado, se dirigió un día al viejo escritorio, y tomó un aparato de más de 30 años con el propósito de volverlo a la vida. Desempolvó el Technics que hasta hace poco yacía moribundo, lo colocó en una mesita nueva en el sector nuevo de la casa, reparó los circuitos eléctricos y compró una púa nueva (increíblemente todavía las venden; más sorpresivo es que haya quienes continúan fabricándolas). Ahora, una sola cosa faltaba: los vinilos.
Ahí, la cosa no fue complicada. En mi casa todavía quedaban algunos y otros los obtuvo de la colección de nuestra abuela. Unos pocos se sumaron desde mi cuarto; habían sido un regalo que recibí en mi juventud. Y así es como un objeto muerto, electricidad de por medio, volvió a la vida.
Pero claro, si bien el sonido tiene cuerpo también tiene interferencia. La púa fricciona contra el disco, y ese ruido no desaparece. Algunas grabaciones habían sido mezcladas de manera primitiva para los estándares de hoy. Sonaba bien, lindo, fuerte. Pero obviamente no tiene la misma calidad de sonido que un CD grabado con máxima calidad. Progreso, lo llaman.
Sin embargo, Pendien seguía sosteniendo sus argumentos (aunque algo de lo que yo le decía pareció aceptar). No se, probablemente la añoranza de “lo retro” sea una cuestión de juventud.
Pues bien, podría parecer que no, pero esta cuestión retro tiene que ver con todo. No se si porque somos una nación joven, si porque nuestra democracia es joven, si es debido a que La Cámpora es joven, si el kirchnerismo como movimiento nacional es joven, si el roce internacional de la Presidenta de la Nación es joven, o que, pero por un extraño motivo parece que de repente, todos juntos, añoramos lo retro.
El logo de YPF (desplegado en numerosos lugares, incluyendo en las espaldas de los árbitros la pasada fecha futbolística). El dólar oficial, el paralelo, el comercial, el financiero, el negro o el ilegal. El comentario sobre la posibilidad del desdoblamiento del mercado de cambios. Los arbolitos, las pizarras, las cuevas, la calle San Martín. La inflación. “Emiten mucho, imprimen billete”. Nacional y popular. Gorila. El inminente quiebre de la CGT. Perón y los cipayos. Que te digan que apostar al dólar es perder. El pasado, el pasado y más pasado.
Me resulta inverosímil que este tipo de cuestiones sean la sustancia del discurso predominante, y no que debatamos sobre nuestro futuro. Me gustaría creer diferente, pero aquí todo es de corto plazo. Y lamentablemente nos conformamos con lo que somos y no con lo que podríamos ser.
O tal vez sí. Tal vez, el tocadiscos suena mucho mejor. Tal vez, hay que pensar en pesos, total, el peso debe ser -por actualidad y por historia- la mejor reserva de valor a nuestro alcance. Tal vez no hay que disentir. Excepto que, como dijo Tato Bores, parezca un chiste si no fuera una joda grande como una casa.