A veces, podemos confundir una situación de duelo, aparentemente normal, con una que en realidad es patológica. Por un simple mecanismo de negación -casi como si fuese una defensa- o simplemente por no reflexionar lo suficiente, no nos damos cuenta de que lo que vemos como ordinario, en realidad no lo es.
En Duelo y melancolía, escrita en 1915 y publicada dos años más tarde, Sigmund Freud escribe lo siguiente: “el duelo es, por lo general, la reacción a la pérdida de un ser amado o de una abstracción equivalente: a patria, la libertad, el ideal, etc.”. ¿Quién podrá negar que la muerte de un esposo amado, de un padre de familia, de un compañero de toda la vida y compinche político produce, necesariamente, una reacción? Probablemente nadie, pero también, muchos se preguntarán, y qué hacemos con esto, qué pasa después.
La respuesta puede tener más de una arista, pero es la ley judía, en su tradición milenaria (y fuente de mucho de lo escrito por Freud en esta materia), quien sostiene que si bien hay que hacer el duelo de un ser querido y procesar la pérdida, deben respetarse también los tiempos a través de los cuales el duelo se mitiga, hasta que concluye. Estos tiempos son muy claros; comienza con una semana de duelo estricto, se morigera por los próximos treinta días y termina tras un período de un año. A partir de aquí, uno debe aferrarse a la vida, con -casi- total normalidad. El duelo no sólo es una muestra de respeto, sino un camino hacia la sanación del dolor provocado por la desaparición física de un ser amado. No hacer el duelo, o caer en el abismo del sufrimiento, son extremos no recomendables. Por eso, hacer el duelo y respetar los tiempos prescriptos permite reinsertarse en la vida activa y alegre, en donde la persona fallecida será recordada en la trascendencia de su memoria.
Es interesante como Freud continúa su ensayo. Dice así, “es también muy notable, que jamás se nos ocurra considerar el duelo como un estado patológico y someter al sujeto afligido a un tratamiento médico, aunque se trata de un estado que le impone considerables desviaciones de su conducta normal. Confiamos, efectivamente, en que al cabo de algún tiempo, desaparecerá por sí solo”. Desviaciones a su conducta normal pueden tener que ver con la vestimenta, el llanto, las continuas alusiones a la persona muerta e incluso con la apelación a su deificación, por tiempos que van mucho más allá que un año. Aquí, entonces, el primer indicio de que podemos confundir una situación que luce común y corriente con una que en realidad es patológica.
Freud va más allá y explica cuál es la labor que el duelo lleva a cabo. Una vez que la realidad ha puesto de manifiesto que el objeto amado ya no existe, demanda que la libido (de quien sufrió la pérdida) abandone todas sus relaciones con dicho objeto. Contra esta demanda, “surge una resistencia naturalísima, pues sabemos que el hombre (o la mujer) no abandona gustoso ninguna de las posiciones de su libido, aun cuando les haya encontrado ya una sustitución”. La conclusión de este concepto es contundente: “esta resistencia puede ser tan intensa que surjan el apartamiento de la realidad y la conservación del objeto”. En otras palabras, y hablando de la política vernácula, hacer de cuenta de que Néstor está vivo.
Si la Presidenta de la nación, en todo su derecho humano y emocional, aun no logró superar la pérdida de Néstor Kirchner, ¿no debería tratarse adecuadamente? Y si se está tratando, ¿no debería comunicárselo a la sociedad? Ella es la líder natural del pueblo argentino, y si estuviese en una situación patológica, debería hacer algo al respecto, dado que el estado de lamentación no es algo que desaparece como por arte de magia, y no debería someter al pueblo a su pesar y a su sufrir.
Ahora bien, si la Presidenta está completamente repuesta de la desaparición física de Néstor, entonces el continuo uso de ropas negras (satirizado por Jorge Asís como el “vestidito negro”), la apelación a “él” (que en todas las tradiciones y culturas es una identificación con Di-s), los llantos públicos, la continua presencia de Kirchner en el discurso, en las imágenes y hasta en forma de muñecos… ¿no es una deliberada manipulación de los sentimientos? ¿No se está engañando al pueblo?
Agrega Freud que “lo normal es que el respeto a la realidad obtenga la victoria”. Estaría bueno, eso. Que, en todos los ámbitos, lo normal sea el respeto a la realidad.