Según un estudio realizado por la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME), se estima que las MiPymes agropecuarias de 27 complejos realizan una inversión anual que asciende a los 4.200 millones de dólares -sin contar amortización-, a fin de mantener el aparato productivo en funcionamiento y, por ende, la empresa en pie.
Sin embargo, en el marco de la pandemia del coronavirus y pese a haber estado exceptuado del aislamiento social, preventivo y obligatorio desde el primer momento, el sector no pudo continuar trabajando “con normalidad” y cubrió sus gastos, por lo general, con recursos propios. Asimismo indicaron que si bien ciertas actividades han logrado comercializar su cosecha o se encuentran en pleno proceso de fijación de precios, otras no han podido ni siquiera iniciar el proceso de comercialización debido a la falta de demanda.
“La producción de alimentos se rige por ciclos biológicos que no pueden esperar. Con los bolsillos vacíos y sin un financiamiento acorde a la realidad de nuestro sector, es muy difícil seguir produciendo”, manifestó el titular del área de Economías Regionales de CAME, Eduardo Rodríguez, quien además recordó que el productor es el eslabón más débil de la cadena de valor.
“Frente a un escenario incierto, la única certeza es la creciente demanda de alimentos que habrá que abastecer. Garantizar la mesa diaria de los argentinos es una prioridad, y el 63% de los productores agropecuarios de nuestro país -pertenecientes a las economías regionales, muchos de ellos provenientes de la agricultura familiar- sabe cómo hacerlo y lo hará, en tanto consiga el respaldo financiero necesario para afrontar las labores culturales (poda, raleo y labranza, entre otras) de sus producciones intensivas”, remarcaron desde CAME.