Desde hace un largo tiempo, al Gobierno porteño parecería que se le está “yendo de las manos” lo que en su momento se pensó -o más bien se imitó- de otras partes del mundo, en donde sí se trató de una revolución en cuanto a la movilidad sustentable y a la seguridad vial: las ciclovías.
Es que ese modelo, previamente planificado y paulatinamente implementado en ciudades como Amsterdam, Madrid y Londres, en nada se parece a los “carriles” trazados por las calles de la Ciudad de Buenos Aires, los cuales dejan en evidencia su pésima ejecución y lo precario de los mismos si se tiene en cuenta lo que sucede dentro de ellos: doble sentido de circulación sobre calles que van en una dirección; falta de señalética clara y de advertencias en las esquinas (tanto para ciclistas y peatones); y total ausencia de concientización sobre su uso.
Todas esos “vacíos”, desde ya, conforman una peligrosa traza sobre la vía pública en la que el ciclista parecería haber olvidado que en la escala de vulnerabilidad aún queda un eslabón por debajo de ellos, que es el peatón, y que cuenta con todas las prioridades aún cuando pueda presentarse la situación en la que no haya cruzado la calle de la manera correcta.
Además y por si ello no fuera suficiente, tampoco las autoridades porteñas contemplaron que ante la ausencia total de controles también hacen las veces de “pista” por otro tipo de vehículos que redoblan la velocidad que podría alcanzar un ciclista, tales como los monopatines eléctricos de gran voltaje y las bicimotos, cuyo uso es cada vez más masivo.
La correcta utilización de las ciclovías, cuanto menos, debería traer aparejado un estricto control por parte de agentes para concientizar a los usuarios de que se deben tener en cuenta otros factores para preservar la vida propia y ajena al momento de ingresar a ellas, dado que en los trayectos también se interactúa con peatones y automovilistas.
Por todo ello, resulta cada vez más habitual observar cómo se incrementan los ingresos de pacientes con politraumatismos y cortes a los nosocomios porteños, producto de las “embestidas” o atropellamientos ocurridos en las ciclovías. ¿Habrá que esperar, entonces, a que se produzca alguna desgracia mayor para que se revea la forma en cómo se utilizan?
Si bien en otras ciudades del mundo podría haber coincidencia de que con su aparición se salvaron vidas y que hasta se logró reducir el tránsito vehicular, el “modelo” de ciclovía llevado adelante por Rodríguez Larreta, muy por el contrario, sumó congestión a las ya abarrotadas calles porteñas y, para colmo, una nueva “estadística” al momento de contabilizar peatones heridos por accidentes en la vía pública.