Purim

Hay ciertos comportamientos que contienen el germen de la autodestrucción. El asunto es cuando los protagonistas no se dan cuenta o, lo que es peor,... Por Cuarto Intermedio

Hay ciertos comportamientos que contienen el germen de la autodestrucción. El asunto es cuando los protagonistas no se dan cuenta o, lo que es peor, no les importa el costo que eso conlleva.

Hubo un tiempo en donde reinaba Ahashberosh (también conocido como Asuero) en Persia, un imperio que se extendía desde la India hasta Etiopía, incluyendo 127 provincias. Su Corte estaba compuesta, como era lógico en aquel entonces, por muchas personas, entre las que se encontraba un tal Hamán, descendiente de Amalek (cuyo pueblo había atacado a los hebreos en el desierto, luego de la salida de Egipto), y Mordechai, el judío.

En la ciudad de Shushán, dos cosas significativas ocurrieron. Luego de que Ahashberosh eligió a Ester como su nueva reina, Mordechai, casi de casualidad, escuchó que dos eunucos planeaban asesinar al rey. Fue entonces que el hecho se investigó y pudo ser verificado. Los eunucos fueron muertos en la horca y el servicio de Mordechai registrado en los anales del reino.

Por otra parte, este cortesano, que solía sentarse en las puertas del palacio, logró, sin quererlo, ganarse el odio de Hamán, quien había sido nombrado primer ministro. ¿Por qué? Básicamente porque Mordechai no se arrodillaba ni se reverenciaba ante nadie en cumplimiento de uno de los preceptos de su tradición. Al enterarse Hamán de que Mordechai era judío, decidió matarlo, pero no sólo a él sino también a todos los judíos. El rey lo autorizó y Hamán pasó a realizar una lotería (en hebreo, “purim”) para determinar la fecha, que resultó ser el 13 de Adar (en 2012, el miércoles 7 de marzo).

Resulta que la reina Ester se enteró, y en su desesperación le propuso a los hebreos un ayuno de 3 días (para fortalecer el alma). Por otro lado, lo invitó al rey a un banquete a realizarse en su honor.

Mientras tanto, Hamán comenzó a construir una horca para liquidar a Mordechai cuanto antes, dado que el odio que le tenía iba en aumento. Pero esa misma noche, mientras Hamán trabajaba, Ahashberosh no podía dormir, por lo que le pide a su Corte que le lea los registros de reino. Allí se entera del servicio que le prestó Mordechai, y también conoce que aún no lo habían recompensado. El rey escucha que alguien está haciendo ruido afuera, e invita a Hamán a pasar a sus aposentos. Le pregunta qué debería hacer el rey con alguien que le prestó un gran servicio. Hamán, pensando que se trataba de él, sugiere honrarlo con las mejores ropas, caballos y desfiles. Entonces, el rey le indica que debe proceder con esa propuesta… con Mordechai (podrán imaginarse la cara del primer ministro).

Más tarde, en el segundo banquete, Ester le revela al rey que pertenece a los hebreos, y que sabe que Hamán planea exterminar a los judíos; por consiguiente, a ella también. Ahashberosh, que ve como Hamán está a los pies de la reina rogándole por su vida, ordena entonces la ejecución de Hamán, en la misma horca que él mismo supo construir.

El rey le dice a Ester que le concederá lo que ella quiera, pero lo que no puede hacer es anular el decreto anterior que autorizaba los deseos de Hamán. Entonces, Ester y Mordechai, junto con los escribas reales, redactan un nuevo decreto en donde autorizan al pueblo judío a defenderse frente a las agresiones de otras gentes. Ocurrió que el 13 de Adar, 500 personas que atacaron a los judíos murieron; los 10 hijos de Hamán sufrieron el mismo destino. 75.000 murieron a lo largo del imperio, y 300 más en Shushán al día siguiente. Ningún judío pereció. Y por eso, y por sobrevivir, festejaron.

Esta historia, que puede encontrase en el bíblico libro de Ester, tiene muchos componentes que al principio parecen estar ocultos, o que empiezan de una manera y terminan de otra: el plan para asesinar al rey termina con los conspiradores muertos, la verdadera identidad de Ester, Hamán colgado en la horca erigida con sus propias manos…

La celebración de Purim es una buena oportunidad para advertir que la falta de respeto, la mentira, el desprecio por las diferencias o por quienes piensan distinto y la intolerancia, indefectiblemente llevan al abismo. Y cuando se trata de los gobiernos, el abismo es político (opuesta a la tan ansiada perpetuidad), y muchas veces se pagan costos en vidas humanas (¿vale la pena citar los muertos de Once como ejemplo?).

Señores dirigentes y dirigentas, si de esto no se dan cuenta, si no proponen el camino del respeto y la amplitud, vuestro tiempo ya se acabó.