Argentina vive estos días una suerte de mini-crisis que se manifiesta a través del desdoblamiento del mercado cambiario, con la existencia de más de un precio para la misma mercancía; el dólar.
Desde hace muchos años nos debatimos entre un dólar recontra-alto, que por momentos se alcanza fruto de las crisis económicas; a otro recontra-barato fruto de un proceso de revalúo de nuestra moneda.
Después de la gigantesca y dolorosa devaluación de 2002, la economía argentina se reactivó. Llevamos prácticamente diez años de crecimiento sostenido. En un primer momento los bajísimos costos internos en dólares permitieron sustituir importaciones para proveer el mercado interno. Incluso ramas de la producción con significativo atraso tecnológico y administrativo pudieron participar de este impulso. Las que se encontraban en mejores condiciones no solo proveyeron el mercado interno, sino la demanda externa en la que competían con precios ventajosos; así vieron trepar sus utilidades a niveles extraordinarios. Para el campo significó una recuperación sin precedentes. Igual que los servicios. Cabe señalar que el mayor esfuerzo de esta recuperación pos trauma 2001 se la debemos a los trabajadores.
Ahora, con el transcurso del tiempo, la inflación creciente en los últimos años y el dólar como ancla para evitar un mayor aumento de precios, el retraso cambiario tomó visibilidad para mucha gente en capacidad de ahorrar u operar en dólares. Más inflación sin el acompañamiento de una devaluación correspondiente incrementa la demanda. Ese parece ser el horizonte en estos días, más allá de las provisorias trabas a las importaciones o los controles de cambio impuestos por el Secretario de Comercio. Esto esta acompañado con el paso del superávit fiscal al déficit fiscal creciente y el fuerte deterioro en las cuentas externas des-balanceadas por el pago de deuda, remisión de utilidades y otras yerbas propias de un país dependiente
¿Faltan dólares en la Argentina? En absoluto. Ni por el movimiento del comercio exterior, ni por ausencia en el BCRA, ni por falta de tenencia en mano de los argentinos que en los últimos 52 meses fugaron o atesoraron -a la postre resultan con idéntico efecto- 80.000 millones de dólares.
¿Entonces? Ocurre que lo que estamos viviendo es consecuencia de un camino transitado durante mucho tiempo -permanente retraso cambiario, mantenimiento de una estructura montada por el neo-liberalismo en el pasado, etc.- frente al cual no se esta actuando con idoneidad.
¿Qué camino elegir? ¿El de un ajuste? NO. La salida liberal apunta a un profundo ajuste en las cuentas públicas, que termine con la inflación y que permita liberar el tipo de cambio para que el mercado disponga de su valor. El ajuste es lo que empezó a hacer Daniel Scioli y Cristina Kirchner en la Provincia de Buenos Aires; no es el camino. ¿Mantenimiento de la actual política? NO. El gobierno pretende manejar con libertad una política monetaria expansiva -modificación a la Carta Orgánica del BCRA- que le permita mantener la demanda agregada -el consumo como motor de la economía-. Con esta política estamos de acuerdo, siempre que se haga un buen uso de la política monetaria y sin abusos que distorsionan los precios relativos y generan alta inflación. Finalmente terminan desconociendo datos de la realidad que pueden tener una influencia creciente en los próximos meses e internarnos en una verdadera y profunda crisis. Más de lo mismo no sirve. ¿Aumentar las tasas de interés para que la gente abandone el dólar y ponga la plata a plazo fijo? NO. Esto es posponer los problemas, sin solucionarlos. ¿Convocar a capitales extranjeros para que ayuden a paliar el mal momento? NO. Capitales golondrina nos ubican en una zona de gran dependencia y fragilidad.
Digamos que en una economía con sectores cuya productividad es muy desigual, con intereses fuertemente contradictorios, en un contexto internacional en crisis y con cambios cotidianos de magnitud, establecer el “valor óptimo del dólar” resulta en una tarea casi imposible. Por tanto hace girar el debate de la sociedad en torno a esta cuestión resulta contraproducente e inoperante.
Por otra parte, si es cierto que el tiempo del dólar caro pasó y ya no hay margen hacia delante, la actitud del gobierno de incentivar confrontaciones con la finalidad de polarizar a su favor, carece de sentido; en primer lugar para el propio gobierno.
Pero ¿hay solución? Yo creo que si y es política.
En primer lugar plantear con claridad los objetivos para la nueva etapa. Primero: pleno empleo. Segundo: empleo de calidad, porque esto hace a la competitividad de la economía. (Más allá de mi posición socialista, estamos hablando de la coyuntura en este mundo) Tercero: un enorme plan de inversión.
Esto reclama la convocatoria del gobierno a los sectores que puedan compartir estos objetivos: la clase trabajadora, los sectores empresarios, las fuerzas sociales y los partidos políticos. Y elaborar los diez o veinte puntos básicos de un plan trienal.
Si se elabora un plan estratégico en energía -esperamos el importante anuncio de Miguel Galluccio en YPF como parte del mismo-; en transporte con un plan multimodal que integre el transporte naval, las hidrovías, el ferrocarril, las autovías, el aéreo-comercial, los accesos internacionales y el impulso correspondiente de las respectivas industrias; un programa financiero que oriente los recursos a la generación de empleo y modernización tecnológica; una revisión integral y minuciosa de la ilegal y fraudulenta deuda pública, un plan nacional de construcción y refacción de viviendas; un proyecto agrario que propenda a una agricultura de calidad con agricultores, con los beneficios de tipo ambiental y de ocupación territorial que eso representa; la formación de cuadros para la gestión social de las empresas del Estado, con control público y auditorias independientes; todo esto a modo de ejemplo; veo que se desataría una formidable energía en torno a un plan trienal que convocaría a muchísima gente de adentro y de afuera del país. Otros 10 años de impulso productivo en los que debemos resolver los gravísimos problemas sociales, sanitarios, éticos y estructurales que aún subsisten.
Los beneficios políticos deberían ser para quienes tengan la capacidad de encarar y encauzar este desafío. En última instancia es lo de menos si al país le va bien.
Lo que se agotó en la Argentina no es el stock de dólares, es la improvisación programática y el oportunismo político en el manejo de la cosa pública.
**Secretario General del Partido Socialista Auténtico (PSA).