Creo, en lo personal, que uno de los conceptos más acertados en las últimas décadas fue aquella definición de la OMS que identificaba a la problemática de los daños, lesiones y muertes en la circulación vial como los nefastos resultados de una “enfermedad silenciosa”, aunque yo le hubiese agregado (bajo mi responsabilidad) muchas veces también “silenciada”.
Desde el principio, “atajo” a aquellos que pretendan adjudicar a estas reflexiones ribetes de políticas partidarias. Nada más alejado a mi intención. Mi mirada es total y exclusivamente social, porque creo, que las voluntades políticas se expresan a partir de la presión del deseo de la sociedad. Si el tema de la Seguridad Vial no aparece en la agenda política de la sociedad es porque no ha sido lo suficientemente evidenciado por ella, como para que sus líderes así lo interpreten y consideren. Es una opinión personal y puede estar errada.
Conceptualmente, desde una visión de salud, una enfermedad se considera “silenciosa” cuando se inicia y evoluciona sin que la persona o la sociedad se dé cuenta (o quiera darse cuenta), porque se considera que no provoca síntomas. Sin embargo, veremos que en realidad no son tan silenciosas, y ofrecen síntomas que simplemente no queremos o, simplemente no podemos reconocer, que son como alarmas que silenciamos y no nos dignamos escuchar.
Dentro de las enfermedades silenciosas se pueden incluir las denominadas “silenciadas” u “ocultadas”, que sí presentan síntomas muy evidentes pero que pocas personas admitirían públicamente padecer porque se consideran vergonzosas. Las más comunes son las de transmisión sexual (sida, sífilis, etc.) pero también otras de aislación social (tuberculosis, lepra, etc).
Escapándome de la visión de salud y bajo la riesgosa actividad del “parafraseo”, me animo a acercar otras “calidades” a las consideraciones de “enfermedad silenciosa y silenciada” de la inseguridad vial.
Evidentemente, es una enfermedad social endémica, ya que no reconoce fronteras ni físicas ni de nivel social y económico, aunque sí es reconocible la mayor INDEFENSIÓN y DESPROTECCIÓN de sus efectos nocivos en los niveles de menor poder adquisitivo. Esto último, reconocido a nivel “intelectual” por los principales organismos mundiales, carece aún de instrumentación fáctica en el campo de los tan mentados “derechos humanos”.
A mi criterio (me hago cargo), es una “enfermedad social silenciosa”, esencialmente porque “no reconocemos” los síntomas. Somos como el “sapo” que muere hervido en el agua de una olla que calienta de a poco. La “cultura de fatalidad” que poseen muchas sociedades frente al siniestro vial, opera como un “velo” que impide la visión preventiva y el consecuente asumir nuestra “cuota parte” de responsabilidad individual y colectiva en la producción de los mismos y en la minimización de sus consecuencias (ejemplo patente de esto último es la actitud absurda y suicida de no usar elementos de protección).
Ahora bien, este “velo” sólo puede descorrerse con la única “herramienta” eficiente que transforma culturas: la Educación. Hay profesionales y líderes sociales que llevan décadas discutiendo si la “educación vial” debe ser transversal o materia autónoma en el ciclo formal de educación, sin detenerse a observar que una gran proporción de la sociedad cree que la educación vial es la instrucción sobre el significado de las señales viales.
Finalmente creo, como anticipé, que en muchas oportunidades es también una “enfermedad social silenciada”. Frases usuales, referidas a las consecuencias, como “es el precio que pagamos por el progreso”, “la única solución es que duela el bolsillo”, acciones desarrolladas bajo lemas como “Sin casco, no hay combustible”, “Usá casco o te quitamos la moto”, evidencian limitaciones vergonzantes de administradores y administrados, que eluden la consideración cabal del problema, ocultando en definitiva la “enfermedad”.
¡Que decir! O mejor…¡Que NO decir!, si como sociedad hemos llegado a discutir acaloradamente cuántos muertos “viales” tenemos, “ocultando” bajo el “enredo” de las cifras, que poco o nada hacemos como sociedad (en general) para evitarlos.
En los últimos años, es enorme el esfuerzo de las asociaciones, fundaciones y agrupamientos de familiares y víctimas de esta enfermedad social, por HACERLA VISIBLE para el conjunto de la sociedad.
¿Será que tendremos que ser todos víctimas o familiares? ¿No nos damos cuenta que ya lo somos en alguna medida por ser parte del “cuerpo enfermo”?
La “fiebre” es muy alta.
*Director ISEV.