El jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, dijo recientemente en una entrevista televisiva que los bares eran para él una suerte de “oficina” dado que se pasaba la mayor parte de los días trabajando con los vecinos en esos ámbitos.
No obstante y al margen del tiempo real que emplee para organizar las jornadas laborales alternando entre su despacho y la “cercanía” con el ciudadano a pie, lo cierto es que en esta oportunidad se lo vio en compañía de una sola persona y con el reloj marcando las diez de la mañana en un reconocido bar ubicado sobre la avenida del Libertador.
Es decir, transcurridas casi tres horas del comienzo de su día de trabajo -manifestó durante esa entrevista que pasadas las 7 iniciaba su agenda- se lo pudo ver aún en cercanías de su domicilio, efectivamente dentro de un bar, pero lejos de ese cuadro que el mismo describió en el que se lo iba a poder encontrar rodeado de vecinos y “tomando nota” sobre reclamos y necesidades.
Justamente y a colación de las múltiples quejas que pesan sobre la administración porteña, los inconvenientes surgidos a partir de las constantes intervenciones en el espacio público figuran al tope de los reclamos por el malestar que generan al momento de transitar por las calles.
Es por ello que paradójicamente, si se quiere, una de las “vistas” que Rodríguez Larreta tenía en el día de hoy desde su “oficina itinerante” era la de una de las obras que más disgustos (y accidentes) viene causando sobre los ciudadanos, y no por lo que deberían representar para la movilidad en sí, sino por lo mal planificadas y ejecutadas que fueron hechas: las ciclovías.
Es que además de que muchos de los lugares elegidos para instalarlas resultaron “insólitos” por encontrarse en zonas de gran circulación de transporte público, o bien por estar sobre cuadras de pequeñas dimensiones que generan una peligrosa cercanía con los vehículos a partir de la reducción de la calzada, la realidad evidencia que, en promedio, son pocos los ciclistas que circulan dentro de las mismas.
Para colmo, los que sí lo hacen, la utilizan de manera imprudente y temeraria al punto tal de que cada vez son más los accidentes en la vía pública que tienen como protagonistas a peatones y ciclistas (hasta el juez de la Corte Suprema de Justicia, Juan Carlos Maqueda, fue embestido semanas atrás por uno de ellos en momentos que intentaba cruzar la calle).
Con la mira puesta sobre Balcarce 50 para el próximo año, entonces, al jefe de Gobierno porteño mal no le vendría contemplar la posibilidad de trasladar su gestión más allá de los “cafés” y, por qué no, probar en persona lo que podría llegar a representarle (tanto física como mentalmente) la “aventura” de tener que ir todos los días hasta su despacho, al margen del medio de transporte que elija para hacerlo.
Ya sea que lo haga en auto particular, bicicleta o transporte público, de seguro que ahí sí no le daría el tiempo para poder hacerse de un momento y tomarse un “cafecito” a las 10 de la mañana…